Por qué fracasan las naciones



La reciente obra (2012) Why Nations Fail de Daron Acemoglu y James A. Robinson, toca un tema interesante para los tiempos que nos toca vivir. La clave, según los autores, estriba en la debilidad de las instituciones, algo que demuestran con datos en sus diversas comparaciones. Por ejemplo, entre Nogales, Arizona, y Nogales, Sonora.

Este éxito editorial ha abierto el camino a otros, como El capital, del francés marxista de nuevo cuño, Thomas Picketty, de gran resonancia este año en Estados Unidos. Aquí se ataca el problema de las crecientes desigualdades en los países debido a la especulación de capitales improductivos.

Conviene sin lugar a dudas, dar cancha a estos intelectuales expertos en economía porque siempre tocan ángulos que uno, desde su trinchera, no acierta ni siquiera divisar, mucho menos a comprender.

Nunca en la historia ha habido tal abundancia de recursos y, sin embargo, las hambrunas, la peste, el odio, la guerra, la pobreza de solemnidad, han sido tan patentes como en la actualidad. No es de extrañar entonces, que se busque un enemigo común que, escondido entre bambalinas, maneje los hilos de la trama a su antojo, debido, precisamente, a la falta de instituciones bien fundadas, es decir, al servicio del hombre.

El problema es  cuando en muchos de los países, desarrollados o no,  encontramos evidencias de corrupción en las instituciones. Es ahí donde se anubla la visión de la tesis defendida por estos insignes académicos. Las instituciones están carcomidas por la corrupción que se presenta en todo el mundo con mil máscaras distintas.

Entonces, ¿hacia dónde miraremos para asentar nuestras conjeturas? Sin dejar de rastrear las pistas dejadas por novelistas y escritores en sus trabajos bien investigados, como el del mexicano, ganador del premio Planeta este año, Jorge Zepeda Patterson, con su novela Milena o el fémur más bello del mundo, nos advierte de ese animal extenso que lo cubre todo en estos tiempos de lo global, y apunta a la responsabilidad de cada quien, a la hora de fijar rumbos claros para saber, por lo menos, de donde vienen los golpes.

Mil años antes de Cristo, el rey David, se adentró también en este tema y compuso   el Salmo II donde reclama a las naciones el porqué de sus planes tan banales. La respuesta, apuntada por este líder político y religioso, podría servirnos también hoy. Los pueblos han cerrado la puerta a Dios, del que se ríen, sin prestar oídos a sus mandatos. La moral es posible sólo a partir de la escucha a los preceptos morales que se encuentran en el Decálogo y en el corazón del hombre.


Benedicto XVI solía repetir que los grandes fracasos de la economía política se escondían en la falta de costumbres morales. Yo no tengo nada que añadir, por hoy.

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