Anzuelos que son avisos



Al revisar en la memoria la vida de grandes personajes, con los que ido creciendo, siento que son mis amigos aunque nunca los haya conocido, excepto en sus vidas escritas por ellos mismos o sus biógrafos, hace muchos años.

A todos ellos los considero mis anzuelos, porque me quedé enganchado en las narraciones que de sus vidas hacían. De ahí que la lectura se haya colado en mis aficiones. Me doy cuenta que reunían una serie de dones de los que yo carezco. Quizá de ahí venga mi atracción por ellos.

Por ejemplo, al leer lo que dejó escrito san Agustín, te das cuenta de que nunca acabarás de leer su obra. Asimismo, santa Teresa Sánchez de Cepeda, dado el trajín de su vida de trotaconventos, los escasos libros a su alcance y los medios materiales para escribir, resalta su buen humor junto a la calidad de sus escritos extendidos por la cantidad de su obra. Agustín, un superdotado intelectualmente hablando, “voló tan alto, tan alto como diría otro místico , escritor y poeta, san Juan de la Cruz que a la caza le dio alcance”.

Tiempo para leer. Tiempo para escribir. Para unir estas frases en la realidad, se requiere de reflexión, una dimensión tan humana que, cuando falta, el hombre se convierte en animal puro.

La falta de reflexión es una secuela de los abusos de las llamadas nuevas tecnologías. La gente reacciona ante la presencia de los mensajes de los demás, vengan de donde vinieren. El hombre, comportándose así durante años, se queda convertido casi en un cascarón vacío. Les mueve a veces el ser el primero que respondió a una misiva, o el formar parte de una larga cadena de reaccionarios a los mensajes enviados por alguien más, a quien no se conoce, pero que transmito a otros para no quedarme atrás en el mecanismo que propala lo que sea.

Quizá sea, entonces, la reflexión lo que admiro de las vidas escritas de tantos amigos míos, que, después de encontrar en su apretada agenda tiempo para leer, antes de llegar a escribir una línea, se daban tiempo para ir reflexionando sobre la vida, la muerte, el arte y las relaciones sociales.


Así que, con Manrique, más o menos  literalmente, nos diremos: Despierte el alma dormida, avive el seso y despierte, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando.

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