El dolor de corazón

Puede ser muy fuerte. El corazón suele estar tranquilo, pero cuando llama a la puerta con un telele, y estás consciente, quedas encogido como un ovillo.

Lo interesante de uno de estos procesos cardíacos, es lo que no se ve, ni se puede medir. Por ejemplo, un día como hoy, sábado, un amigo en tales circunstancias estaba contento, dolido pero contento.

Los sábados guardan un regalo especial para quienes tienen impuesto el escapulario de Nuestra Señora del Carmen. Esta imposición se realiza por un fraile carmelita o por cualquier sacerdote que tenga los permisos necesarios. El ritual dura menos de cinco minutos. Es bueno saberlo, porque una de las promesas de la Virgen dice que quien muera en gracia, va directo al cielo sin pasar por el purgatorio. También parte de la promesa dice que nuestra Madre velará para que esa persona esté en gracia.

De estas cosas no se suele hablar mucho, pero conviene saber que el purgatorio existe, que después de la muerte, quienes no han pagado los platos rotos en esta vida, aunque el Dueño se lo haya perdonado, debe purgar por el costo de los platos que ha roto. Tomás de Aquino dice que todos los dolores de la tierra son nada comparados con un mínimo de los del purgatorio.

Pues bien, este amigo pensaba, mientras los médicos de la ambulancia le iban haciendo un cardiograma, que si ese día el corazón le hacía una de las suyas, se iba
derecho al cielo. Antes de salir de casa se había puesto su escapulario que llevaba al cuello, alrededor de la muñeca tapado y sujetado por una cinta adhesiva.

Por eso estaba contento. Una vez en la ambulancia, que, cortésmente silenció las sirenas, iba viendo por la ventanilla de la  puerta trasera las maniobras de los coches que, sin miramiento alguno, trataban de rebasar a transporte o sumarse a su cola para ir rebasando a los demás. 

El corazón le dolía. No sabía si volvería a ver ese paisaje que iba quedando detrás. También iba conversando con la Virgen, agarrado de su mano, y le pedía que su esposo san José y el ángel de la guarda, le hicieran una buena defensa delante de su Hijo, Jesús.

Al llegar al hospital, un equipo de seis  personas le esperaban. De la camilla lo transportaron a una cama en la sala de urgencias, y lo cosieron a preguntas. Que si fumaba o lo había hecho alguna vez ---como si eso le fuera a sacar del trance---, que si tomaba medicamentos, qué cuánto dolía en una escala de uno a diez...En fin, pastillas, cardiogramas, radiografías, pinchazos de jeringa que no quería entrar en su sitio, y, de repente, el polo norte le tocó en el costado.

El paciente dio un brinco. Una de las enfermeras, recién llegada de Groenlandia, o de algún lugar cercano, se le ocurrió, sin calentarse siquiera un tanto las manos, tocar el pecho de mi amigo al ir a colocarle una ventosa de las muchas con que sujetan al paciente para que no se escape, creo. El brinco que dio el sujeto al contacto con las manos de hielo, mudó el rostro de médicos y enfermeras. Quizá pensaron que el paciente se les iba, y que comenzaba el estertor final.

En fin, todo volvió a su ser. El aviso estaba dado de tal manera que este amigo tuvo un entrenamiento general de cómo sería el de verdad. Al salir del hospital, volvió a colocarse el escapulario al cuello, y le dio gracias a la Virgen del Carmen, por el rato que pasaron juntos.


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