La vida no vale nada

La vida de un semejante, nada vale.
A esto hemos llegado con nuestro sistema avanzado de "desarrollo" del siglo XXI.
El Estado Islámico, decapita a 18 delante de las cámaras, con la cara descubierta.  Los sicarios de México, lo hacen de noche, a 43 jóvenes.
Los gobiernos del mundo, apoyan estas matanzas. Qatar, por ejemplo.
Los gobiernos del mundo ceden ante la riqueza de esta provincia árabe.
Ellos ganaron, a base de sobornos, la próxima competición deportiva mundial.
Todo esto pasa delante de nuestros ojos.
Nadie dice nada. La vida nada vale.
Millones se abortan cada año. ¿De qué nos extrañamos?

Los vendedores de armas, provenientes de los estados "civilizados" están contentos. Este ha sido un buen año de conflictos, que necesitan de armamento para dirimir las diferencias.

Pero la ONU tiene los ojos puestos en otro lado. Un lugar en donde reunirse para hablar de paz. Los media cubrirán abundantemente cualquier cosa que digan. Todos querrán la paz, como también la querían Lenin y santa Teresa. Pero no se ponen los medios.

San Agustín, un clásico en estos temas, solía decir que la paz es la "tranquilidad en el orden". Pero, ¿qué es el orden? Estas preguntas no las pueden responder los grandes jerarcas de la sociedad en los diferentes ámbitos, por la sencilla razón de que no las quieren responder.

El orden, lo saben bien, no resulta de improvisar una ruta de marcha. El orden depende de un fin. Un fin que no es arbitrario. El hombre tiene un fin. Ese fin no puede ser trastocado según el gobernante en turno. El que gobierna, si de veras quiere hacerlo, no debe levantar la voz y afirmar con verborreas interminables, aburridas a base de repetir siempre lo mismo, que el "estado de derecho", que la "gobernanza", que "no transigiremos con los actos de violencia", que todo acto se someterá a "la justicia", etcétera, etcétera, etcétera.

Mientras, la inseguridad, la injusticia, la muerte, rondan  a sus anchas.  El que gobierna, lo ciudadanos también, debemos levantar no la voz, sino la vista para descubrir cuál es ese fin digno del hombre, de todo hombre. Muchos de los activistas que se cuelan en las manifestaciones y vociferan sin  parar no quieren saber de estas cosas. Mucho menos, los líderes que los aconsejan para irritarse.

Lo que les interesa es incrementar la indignación popular para auparse ellos a ese descontento y justificar su liderazgo que lleva a más y más violencia. 

El fin para cada uno de los hombres, se sitúa en el bien común.  Y decimos bien  de todo aquello que cada quien busca: alimento, casa, educación, servicios, convivencia social pacifica.

Pero no hemos aprendido, después de milenios, cuál es el camino que conduce a la paz. Tal vez porque no queremos saber de esa tranquilidad que se vive en el orden. Ese orden que para muchos resulta inaceptable. Lo malo es cuando los gobernantes piensan así y se atreven a hablar de "desarrollo". 

¿Los de la ONU nos arreglarán los problemas? ¿Nuestro vecinos?

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