Noticias falsas ("fake news") y "fake music"

Ahora al señor Trump le echan la culpa de todo. Tiene la rara habilidad de acuñar frases (los expertos de comunicación llamarían a este proceso "framing"). Al imprimir un significado nuevo a un fenómeno, se viene abajo el anterior y desconcierta, creando de esta manera una llamada de atención para situar una frase en el candelero.

Es el caso de las  llamadas "fake news". La presencia de la palabra noticia, por lo menos hasta ahora, nos hablaba de hechos, de veracidad, de algo confirmado por el profesionalismo de los reporteros y gente de los media. Si bien ya se venía usando el término posverdad desde hace algún tiempo.

Es una consecuencia obligada de los valores elegidos en la actualidad. Se le ha aportado por el relativismo sacando el pecho de orgullo como diciendo: Ya nadie nos impondrá ningún código de conducta. Cada caminante que siga su camino. Toda idea tiene valor aunque sea para su portador. Tiene derecho a expresarse. La verdad es un lujo innecesario. Sí, todo el mundo, desde el niño al abuelo, tiene derechos. Y entre ellos se destaca la protesta, el descontento, porque, hay que decirlo, siempre hay algo que no funciona a gusto de cada quien.

Junto con las noticias, mucha de la música actual, ha sucumbido en la ordinariez. Ya no nace de una razón, de una cabeza y un corazón ordenados, sino del estruendo de seres irracionales, moviéndose como simios, incitando al público al consumo de sustancias contribuyentes a estados sensoriales catárticos, propios de la región del "nirvana".

De esta manera se han multiplicado ilimitadamente los eslóganes de la mediocridad. Búscate una frase, imprime un cartel (no importa que tenga faltas de ortografía), y sal a la calle. La calle es de todos. Nadie nos puede impedir nada. Es, de nuevo, el prohibido prohibir del mayo francés de 1969.

En los buenos tiempos (siempre los ha habido) noticia y verdad eran términos intercambiables. Se sabía en las redacciones de todos los media del valor, del privilegio de contar al público aquello que, por oficio, habíamos buscado primero. La profesión periodística, en cualquiera de los media se consideraba altamente. Los políticos se mostraban respetuosos con la prensa, y el aparecer en las noticias tenía un cierto halo de distinción.

Por supuesto: no tratamos de decir que todo tiempo pasado fue mejor, porque no es cierto. Hablamos solamente del respeto a la verdad y del gran honor de servir con la información al público.

En este sentido, las cosas han cambiado. El filósofo alemán Rüdiger Safranski ha pensado y hablado ampliamente de la comunicación. La considera un "desenfreno" debido a la preponderancia de las "redes" sociales. El "populismo" vigente, según este autor, ha acaparado el control de las "redes".

Como es lógico, al faltar el interés por la verdad, la incertidumbre se ciñe sobre nuestras cabezas. Ya no se puede razonar; sólo protestar. El diálogo, tan manido desde hace dos mil años, ha dejado de tener sentido. Ya no tenemos tiempo. Todo debe discurrir en unos minutos, segundos, de ideas deshilachadas en un intercambio de voces, más aptas para saber si todavía sigo conectado con el mundo, que con la verdad.

Y ocurre que ya nos queremos ni a nosotros mismos, para darnos esa verdad merecida sobre nuestro origen y fin, sobre la realeza de la ley eterna impresa en el alma, para servir de guía en cada una de nuestras decisiones. Ya no tiene sentido, por irracional, el decir "yo hago lo que me da la gana", "el cuerpo es mío", "hoy soy esto y mañana quién sabe", "me desnudo en público porque sí; si te molesta, no mires"...

La consecuencia inmediata se ve en la impartición de justicia se desvirtúa al no tener esa verdad donde apoyarse. Cualquiera puede ser detenido porque la presunción de inocencia se deslinda de la palabra dada, y no acaban de comprobarse las pruebas necesarias porque hay un "algo" faltante en la interminable saga de argumentos inverosímiles.

Al desvirtuarse la verdad, se diluye la esencia de la palabra dada. El compromiso deja de tener sentido: ayer te dije, pero te digo ahora... Perdón por decir que, los cimientos de esta civilización se están socavando, y ya nada se sostiene el alto, como pasa con los edificios de la ciudad de Alepo. La única verdad, es la destrucción. El mundo la contempla sin decir ni pío, animadas en su silencio por los miembros de la Organización de Naciones Unidas, quienes, bien comidos y bebidos en su sede de Nueva York, fingen un dolor que no sienten, mientras diseñan y propalan eslóganes indecentes para la destrucción de la vida de las familias.

Lo cierto es que, desde la llegada de Trump a la presidencia, los media se han revitalizado. Ya pueden imprimir y decir lo que cupiere en sus espacios. El reino de la incertidumbre se ha apoderado con la falta de profesionalismo de los media, desentendidos de su fin: la búsqueda de la verdad.  Y también por medio de la música se puede llegar a Dios.









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