La familia: el paraíso perdido (los jóvenes vuelven a casa)







A John Milton (1608-1674), poeta y ensayista inglés, le debemos la obra El paraíso perdido (1667), donde narra de manera singular la caída de Adán y Eva y su salida del Paraíso terrenal.

Lo que está ocurriendo hoy con la juventud, vale la pena citarlo. El porcentaje de casados en la sociedad va en franco descenso, caída notable desde un 65% en los años 60 de siglo pasado, hasta un 25% en la actualidad. No parecen encontrar, quienes lo intentan, en el matrimonio el "paraíso" esperado, ni tampoco los años prolongados de soltería ausente de  compromisos sustentan un panorama más halagüeño. 

Pero el hecho a destacar radica en la propensión a regresar al hogar de los padres. De aquí el titular de esta nota: ¿Representa la familia paterna para los jóvenes el paraíso perdido? ¿Se percibe el retorno a la casa de los padres como la vuelta del hijo pródigo?

No se sabe si quienes regresan al hogar paterno van en busca del "paraíso" vivido en sus años de juventud, o buscan en el hogar el refugio ante una vida salpicada de  fracasos. En cualquier caso, los indicadores apuntan a una falta de preparación para enfrentare a los retos de una vida donde  el trabajo, quizá no el esperado o el deseado, marca la diferencia. Quieren muchos jóvenes trabajar poco, ganar mucho, y gozar de la vida. 

Esta es la visión del "paraíso" mal enfocada, y en esto los padres tienen una buena parte de la culpa. No les leyeron o enseñaron bien el significado del "paraíso" en la tierra, sin caer como John Milton en la rebeldía de negar la existencia de Dios porque están pasando cosas malas. Es infantil argumentar así: Si Dios es bueno, no permitiría el mal. El mal se da, lo palpamos todos los días, luego Dios no existe. O por lo menos, no es una figura atractiva, como se solía pensar.

El problema para los padres de esta generación, pertenecientes a la del "prohibido prohibir", es que no aprendieron a leer bien. En las primeras versículos del Génesis aparece junto a la invitación al disfrute de la creación, la primera prohibición de la historia: no tomar de los frutos de este árbol (del bien y del mal), pero disfruten de todos los demás. "Gracias" --según se mire-- a la transgresión de este mandato, estamos aquí, discutiendo de estas cosas. 

Pero, en unas líneas antes de este pasaje,  antes de la desobediencia formal, se marca la misión del hombre sobre la tierra: el trabajo. Su cometido era cuidar de esa creación y llenar la tierra con sus descendientes gracias a la unión del hombre y la mujer. No había término medio respecto al trabajo ni tampoco en lo referente al sentido de la unión sexual entre los dos únicos modelos.

Como estas lecciones no se han enseñado debidamente, ahora se entiende el trabajo como un castigo, algo a evitar, como los nobles venidos a menos hasta el siglo XIX. No se les dice a los niños y jóvenes, del panorama inmenso abierto al hombre mediante el trabajo, y que por desgracia de políticos e inversionistas encaprichados por los  posibles frutos de la "bolsa" de valores (?), no atisban la discernir o no quieren ver la responsabilidad primera de sus tareas en la vida. 


Pero  tampoco los padres enseñaron bien a sus hijos, con el apoyo de educadores, sobre la alta definición del hombre en lo referente a su sexo: hombre o mujer. No hay más, aunque la alcaldesa de Madrid diga lo contrario y amenace a meter en la cárcel o con mutas a quienes se atrevan a expresar la verdad del hombre, no creado prcisamente por ella y sus corifeos.

Por consiguiente, cuando se da al traste con la vocación del hombre, sobre sus cometidos en la tierra, trabajo, matrimonio entre hombre y mujer, familia en serio, no es de extrañar que los jóvenes, hartos, confundidos por el camino a recorrer, vuelvan al nido que abandonaron, en busca de  calor humano, de sentido de la vida, no encontrado en sus experiencias con las propuestas absurdas de antropólogos de mal agüero  y mercachifles de políticas trasnochadas.

El éxito de estas novedosas propuestas lo podemos ver en los datos apuntados: cada vez menos personas quieren entrar a este estilo de vida. Y regresan a casa, conde aún aletea un mínimo de hogar: el paraíso perdido.






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