Libre albedrío o libertad

 "Quizá sea un ingenuo, pero no creo que nada de lo que sufrimos hoy sea irreversible. Me niego a creer en una fuerza sobrenatural que nos impone cosas que no se puedan cambiar. Esto es un asunto humano. Y los cambios vendrán de nosotros" (Tzvetan Todorov, declaraciones a El Mundo). 

Sí, pero no. Este autor búlgaro acaba de morir a los 77 años. Afincado en Francia, ha tratado de entender Europa, y sus luchas por la libertad le han valido reconocimiento y premios en toda Europa, entre ellos, el Príncipe de Asturias, 2008, en la categoría de Ciencias Sociales. 


En la frase anterior, Todorov muestra de forma clara su resistencia a ser coartado por nada ni por nadie. Y con la ventaja para nosotros dada por la perspectiva de su vida, le concedemos, en parte, la razón. 


El "libre albedrío", no acaba de quedar claro, a pesar de ser un concepto ampliamente discutido desde su nacimiento en la cuna del pensamiento griego, y, en especial, durante la Edad Media. Aparece también la idea en los libros antiguos  compendiados en la Biblia, donde vemos cómo  el hombre, desde el principio, ha sido llamado a la libertad.

Claro, no es lo mismo "libertad" que "libre albedrío" (sin pretender entrar aquí en los resquicios de tantas diatribas); bástenos saber que el "libre albedrío" cae bajo el auspicio de la voluntad, ese poder elegir, sin cortapisas de género alguno, mientras la "libertad" hace capaz al hombre de obrar según su naturaleza, es decir, según la razón.


Visto así este matiz, debemos conceder a Todorov, sin cortapisas, su franco decir de las imposiciones a ultranza, pues darían al traste con la noción cabal de "libre albedrío" (un concepto no manejado así por Todorov, explícitamente), definido como el poder de optar, una capacidad innata al hombre. El hombre, entonces, dejaría de ser lo que es, si se le restara capacidad a ese libre albedrío.  


Pero, cuando Todorov menciona en su entrevista una "fuerza sobrenatural que nos impone cosas", toca un punto medular de este planteamiento. Es decir, el mismo Ser que concede al hombre el libre albedrío, se lo estaría quitando arbitrariamente. Es decir, estaríamos hablando de un Ser, que es y  que no es. Luego ese "ser" no sería Dios, creador del hombre por "amor", que juega con la naturaleza humana.

Por tanto, al divisar en la  cúspide del todo el argumento, aunque breve, de Todorov,  una "fuerza", capaz de mover a capricho el destino del hombre, no dan ganas de seguir adelante con esos dioses, debido a su reducción  pobre de una visión bruta, sin lugar a la infinidad amorosa del Ser omnipotente.





Navegar entre Escila y Caribdis, tan presentes en la mitología griega, nos advierte de los peligros que amenazan al hombre durante su travesía por  la vida.


Se trata de la "inteligencia" creadora. Visto así, este Ser al crear  puede, debe (es por amor) poner leyes para el bien de la creatura para que el "libre albedrío, poder de elegir omnímodo, no se extravíe.  Son como loa raíles del tren: sirven para encauzar la fuerza de la decisión tomada, y, de ninguna manera impiden su locomoción. Entonces, no se trataría de una "fuerza sobrenatural impositiva", pues, el hombre  ha sido dotado además de un querer racional capaz de encauzar la "libertad" hacia su propio fin.

La razón guía así a la libertad hacia la verdad y el bien del hombre, su verdadero fin. De esta manera, el intelecto se encara con la verdad, y la voluntad se autodetermina al bien.

Muchas veces la vida de los hombres discurre entre Caribdis y Escila, peligros siempre latentes en el camino hacia el fin. Dejarse llevar por la capacidad de elegir absolutamente, sin traba alguna, es la manera mejor de llegar a ninguna parte. Se toma un camino de los muchos habidos, sin saber a dónde lleva. La contrapartida se da al tomar una dirección sin convencimiento del sendero elegido, sin entusiasmo por el destino; produce una vida de tristeza y melancolía, como el de una máquina de tren sin carburante apenas, deslizándose por unos rieles sin ganas.


El hombre debe caminar responsablemente, es decir, sabiendo a dónde va, y alegremente, porque sabe de la felicidad que le espera. Porque quiere,  ha decidido, entre muchas opciones, la única que tiene sentido. 

En efecto, el hombre, para no sucumbir en esta travesía de la vida, necesita de ambos apoyos: libre albedrío (poder elegir) y libertad de emprender el camino elegido, porque en ello le va la vida.


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