¿Derecho al odio? (You've to be kidding!!)



Cuando la caja de los "derechos" se abre, es para ponerse a temblar. En la antigüedad (ayer por la tarde), los niños, sin pelos en la lengua, pedían la luna y las estrellas. Pero éso no estremecía a nadie.

Pero los niños ahora, educados (mal) por sus mayores, ya no piden. Tienen derechos. No por ser personas, sino por pertenecer al "colectivo" niño. Los derechos son de un "colectivo", por ejemplo, la "sociedad democrática". Es ésta la que tiene derecho a la "libre expresión". Si alguno se cree libre, debe "incluirse" y participar en ese "colectivo".

Y como la persona como tal se ha ido desvaneciendo (por ejemplo, ya no se abortan o nacen personas; se trata de embriones), los colectivos han venido en su auxilio. Por tanto, los derechos de la persona como tal han caído en desuso, y han aparecido las "ocurrencias" en el seno de los diversos colectivos, donde se le permite, más o menos, siguiendo un plan o un tratamiento, entrar y salir. La entidad se recobra al "introducirse" o cuando es "introducido" en un "colectivo", sujeto de derechos más que de obligaciones.

Ya no se debe hablar tampoco de "incitación al odio", por la sencilla razón de que este "constructo" forma parte del de la "libertad de expresión", piensan algunos como Flemming  Rose, perteneciente al Cato Institute, con sede en Washington. Uno tiene derecho a decir, y debe, por tanto, aguantar lo que le digan aunque le siente mal. La razón de fondo radica en el concepto de "diversidad".

Cada uno tiene sus "cadaunadas", y debe mostrarse como es, sin cortapisas, sin importar que su conducta choque con la de éste o aquél.  De ahí la urgencia de la inclusión, de ser incluido, en algún "colectivo". Como en el concepto de  "colectivo" se supone abrazar a más de uno, es más fácil defenderse y, si fuera necesario "atacar" a quienes se opongan o discrepen de las maneras de pensar o de conducirse.

Por tanto, ya no se enoje cuando observe alguna conducta con bemoles de "incitación al odio". Varios países nórdicos y han votado en contra de tal concepto. De ahí, que el semanario parisiense Charlie Hebdo atacado por musulmanes enardecidos, se dedicaba a insultar a la religión de cualquiera y mofarse de  sus costumbres, cabría como uno de los casos de la "libertad de expresión". Reprimir tal expresión equivaldría, según la línea del Instituto Cato, a "imponer" las normas de un grupo al resto de la sociedad.

Las noticias de estos tiempos ya casi ni asombro causan. Mejor dicho, las noticias han dejado de preocuparse por el hallazgo de la verdad en su ámbito de competencia, para buscar lo "asombroso", lo espectacular, si bien por el camino se deja el sentido de la vida.

Por tanto, estos grupos pueden seguir diciendo,  sin ningún temor: "La única iglesia es la iglesia que arde", por ejemplo.







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