Escuchar supone el triunfo de la maternidad

Escuchar.

A veces quisiéramos resumir en una palabra, lo más importante, el sentido de la vida, para dárselo sin más a los nuestros, a los amigos, a quienes se cruzan en nuestro camino.

El verdadero problema de Epulón, el rico de la parábola, se nos dice justo cuando ya no tiene remedio: no escuchó jamás la palabra de Dios.

De ahí que, lo primero que se nos dice en el Sinaí, por medio de Moisés, consiste en el famoso Shema: ¡¡Escucha, Israel!!

Así comienza el diálogo de Dios con su pueblo. Pero, mucho antes, en el "principio", ocurre algo espectacular: Dios dice, y las cosas se hacen. Veamos. "Dijo Dios: 'Haya luz'. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó la luz de la oscuridad".

El prodigio de la luz y el de la creación del universo, ocurre ---y aquí está el punto de esta nota--- al escuchar, pues antes "la tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo". Con la
palabra dicha de Dios, todo se ordena e ilumina y aparece la vida. La tierra, podríamos decirlo así, escuchaba, estaba abierta a lo que Dios le iba diciendo.

Pasaría lo mismo con nosotros. Al escuchar la palabra, conoceríamos el plan divino para cada uno de nosotros. Eso implica, para cada uno de nosotros, si sabemos escuchar (oír con atención), el comienzo del camino a la felicidad, por el que todo hombre suspira desde la cuna. Por el contrario, el pueblo elegido, no quiso escuchar las palabras divinas y se perdió, entretenido con sus caprichos personales, durante cuarenta años en el desierto.

Pero, no, resulta muy difícil escuchar. Hemos conseguido crear la "cultura del ruido" por todas partes y a todas horas, incluso en los lugares exclusivos para el recogimiento. Siempre hay una escucha para interferir con el silencio, que facilita la escucha.

Se dan, además, los ruidos interiores, marcados por la prisa, por los atascos del camino, siempre por otras cosas, algo más, distintas a lo que Dios pide a cada quien. Se puede pasar la vida "banqueteando", con Epulón, sin siquiera reparar en quien pasa en el camino junto a nosotros. Sin duda, eran importantes los compromisos del personaje "rico" de la parábola, paro no tenía tiempo para andar con menudencias, tales como la pobreza y las llagas de Lázaro.

Las mujeres ni siquiera tienen tiempo para ser "madres". Adán llamó "Eva" a la mujer primera de la historia, que Dios le puso a su lado. Adán llamó a la mujer Eva, y  significaba "madre de todos los vivientes, como obedeciendo a su vez, a la palabra de Dios dicha al crearlos: "Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra" (Gen 1-28).

Cuando cesa de escucharse lo que Dios dice, se pervierte el orden de la creación, a lo que el hombre y la mujer estaban llamados. Los crea "a su imagen" para que fueran como él: "santos en su presencia" y "fecundos".

Pero el ruido consume cada una de las horas y minutos de nuestra existencia. Cuesta retirarse como Jesús para escuchar la voz del Padre, antes de emprender el trasiego de su vida pública.

Al desconectarnos de la voz del Padre, perdemos el sentido de la "paternidad" y de la "maternidad" (puesto que Dios es también "madre" y nos seguiría amando hasta el extremo, aunque haya madres que abandonan a sus hijos).

Esto es un poco lo que ocurre en nuestros días. Parte del desorden. No se escucha lo que conduce al bien.















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