¿Igualdad de género? (Ideología sin fundamento)




La Creación  según el Génesis 



(Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. (Génesis, 1.27).


Igualdad de género es un concepto con dos términos y un conector. Bueno, decimos "concepto" por situarlo de alguna manera en el almacén de la lengua. Pero, en realidad, se trata de una "ideología", es decir, una frase sin ideas que la sustenten en la realidad.

La noción de igualdad apesta a marxismo, si bien economistas como el francés Thomas Piketty la ha puesto de moda  al observar la consistencia y tozudez de las "desigualdades" en el mundo a través de casi dos siglos. Asimismo,  tanto  el BID  (Banco Interamericano de Desarrollo) y el BM (Banco Mundial) se suman a la idea  de impulsar la "igualdad de género" para lograr el crecimiento económico (Aquí se requiere de un acto de fe). Cuando el mundo se reduce a materia como el único referente de valor, todo se iguala. Ya no hay diferencia entre ésto y aquéllo. Sólo podemos preguntar: ¿cuánto cuesta ésto o aquéllo? Sólo lo cuantitativo tiene sentido.

Las personas no somos iguales. Basta con que a un niño se le llame por el nombre de su hermano, de la misma familia, para oír un reclamo en toda regla sobre su identidad. Desde el "principio" tenemos "hombre" y "mujer". No hay igualdad. Sí, somos personas, y bajo ese aspecto, somos iguales. Pero quienes defienden la noción de "igualdad", evitan cuidadosamente el concepto de persona. Claro, este concepto viene de la realidad del Ser creador, de quien se recibe, sin ruido,  el ser continuamente: el ser persona. La equidad, no la igualdad es la que verdaderamente incorpora el concepto de justicia en esta discusión, de acuerdo con lo que una persona es

Sin querer, o sin saberlo quizá, los individuos se van haciendo masa, parte de un todo amorfo. Luego, para singularizarse, usan de mil productos "exclusivos" para distinguirse: los olores se disfrazan con el perfume, el vestido (o su carencia) proporciona la apariencia, los atuendos y artefactos acompañan con frecuencia la soledad del usuario y llaman la atención, y el lugar exclusivo (que quiere ser inexpugnable) para vivir o descansar. Les urge ya el poder entrar a las salas VIP,  y para distinguirse de la "perrada" y merecer un trato especial son capaces de someter los cuerpos a dietas y cirugías sin fin para deslumbrar, mientras el alma, desalojada del espíritu, cae en un vacío interminable alimentado sólo por la competición más descarnada.

El capitalismo sin espíritu se convierte en consumismo (El marxismo y sus derivadas socialistas ni siquiera lo mencionan, pues huele a "opio").

Ahora  han pasado a ser parte de un colectivo. No para ser alguien, sino algo.  La "mayoría silenciosa" va desagregándose de la masa. El silencio se ha convertido  en un derecho a reclamar y a exigir con ocasión y sin ella. Se tiene voz. Pero no razón. Minutos de silencio, banderas a media asta, velas y flores en los lugares siniestros se convierten en show mediático para satisfacer así a los manifestantes. Pero las causas de tanto desatino ni siquiera se tocan.

La razón se quedó en el siglo de las "luces", y el romanticismo de los "sentimientos" se convirtió con el tiempo  en el  frente de un montaje de los "nacionalismos" donde el hombre no acertaba a integrarse como un todo con un fin, con ese sentido salido de la expresión del "entendimiento" al encarar la realidad.

La naturaleza del hombre, sufre, pues no queda sitio para el amor porque no se le busca por él mismo. Debemos ponderar de nuevo sobre la naturaleza: sitúa al ser dado en su "especie propia" y adquiere su "forma", esto es, el alma razonable. Así llegamos a ser "humanos". Tenemos sí, sentimientos, pero no podemos dejar la razón a un lado: es el bien para el hombre el seguirla. Pero no se trata de la "necia" razón, que no sabe, sino de la razón informada por la ley divina. 

Este es el principio para poder "amarse a sí mismo". Se cree en ese perder todo cuando se ama sin esperar nada a cambio, y la gente se encoge, temiendo perder ese poco disponible. Pero, paradójicamente, ocurre exactamente al revés. Por eso, al acercarnos a Dios, empezamos a parecernos a su imagen, y, por tanto, a querer como él ama, sin esperar nada a cambio. Así se explica nuestra presencia en el mundo: nos amó y nos dio el ser con una naturaleza específica, como hombres y mujeres,  para poder alcanzar el fin.

Transgredir este orden designado es una grave afrenta a nuestro Creador al dejar de amarnos como el nos ha querido desde el principio. El capricho sustituye a la Ley. Y la libertad no puede encauzarse a su fin. Es el origen del mal, porque además de la afrenta se yerra en la meta, y la conducta entonces se convierte en "irracional" al hacernos "adversarios" precisamente de quien nos ha puesto aquí.























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