La soledad del alma, tan temida, ¡se quiere!

El hombre es un ser social. El aislamiento casual o forzado produce inestabilidad y deterioro mental. Cuando se traslada esta posibilidad a la vida eterna, resulta inimaginable y pavoroso, contrario al orden natural. Permanecer en ese "desorden" natural es lo que se considera un vicio.

El hombre creado para ver a Dios, cara a cara, y gozar de su presencia en unión con todos los ángeles y santos del cielo, se ve, de repente, solo frente a la fealdad indescriptible de sí mismo, a consecuencia del desorden, como cuenta santa Teresa, por haber destruido la imagen divina en nosotros, en la soledad más absoluta, como culpable de ella, en medio de tormentos indecibles, donde los pinceles de tantos pintores se quedaron cortos al describirlos.

Se ha cambiado de destino y de amo. No se puede servir a dos señores, ni legislar de nuevo aparte de la legislación divina. Se puede legislar con él, pero no contra él ("el que no recoge conmigo, desparrama").

Dame una gota de agua, pide el rico Epulón a Lázaro, en "medio de los tormentos". Sólo "una gota". (Lc 16). Ambos personajes coincidieron en vida, con diferente suerte. Aquél, en la abundancia; éste, abatido por la pobreza, misereando a la puerta del rico. Una escena, desgraciadamente, tan común ahora en cualquier parte.

Pero los papeles se han cambiado para siempre. La fe y la esperanza ya no son necesarios como en la vida terrena. Se ve, se posee, lo esperado. El amor, sin embargo, va a permanecer para la eternidad, sostenido y rodeado de quienes lo concibieron, sin cerrarse, como un  sí sostenido a la vida. Es él, este amor,  lo que mantiene la relación inagotable.

Los crímenes se han borrado antes de la muerte, para quienes han buscado el perdón de sus vicios. Todo se puede perdonar, menos el no querer reconocer que todo lo que contradice una "inclinación natural" es pecadoofensivo a Dios. Y la maldad consiste en obstinarse en seguir produciendo voluntariamente actos en contra de nuestra naturaleza, y rechazando a su Creador y la bienaventuranza para la que ha sido creada.

A veces se habla de "reintegrase a la sociedad", después de un apartamiento por razones sociales, de salud, o de exclusión voluntaria. Pero, la verdadera "reintegración" comienza con uno mismo. Se puede estar en una fiesta multitudinaria y sentirse solo, debido al desorden interior, que se quiere apagar con la estridencia de la música, con el alcohol y con las drogas, de noche, porque la luz del día molesta;  quizá pone al descubierto más fácilmente la penuria del espíritu.

Todo orden tiene un "carácter sagrado" por su origen. Tratar de destruirlo es atentar contra su creador. El hombre rechaza con su conducta el camino hacia la felicidad. La malicia consiste en pretender que no pasa nada con esas acciones. El pecador se "opone" con su rebeldía a la perfección debida, cuando se hace voluntariamente y con conocimiento de causa.

La malicia rechaza el amor, que une. Y la persona se queda a solas. Me refiero siempre a la soledad del alma, a la que no busca encontrarse con el amor en lo más recóndito y silencioso.



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