La solución está en la cumbre



La solución está en la cumbre (crestas del Anapurna)


En un programa de televisión, la entrevistadora preguntaba a varios grupos de adolescentes. "---Suponeos que tenéis la opción de pasar una noche con Justin Bieber, pero luego os volveréis un poco tontas; ¿qué elegiriais, prescindir de Justin y seguir como hasta ahora, o estar con él y cargar después con el déficit?"

Entre estos chavales de 15 a 18 años, ni siquiera una se conformaba con seguir como era. 

Las respuestas de estas adolescentes no se pueden generalizar, porque sabemos de muchos que no aceptarían un planteamiento así, y quienes se sometían a la encuesta eran grupos de fans que no pensaban mucho en que decían llevados de la euforia.

Pero, la pregunta sigue en pie. ¿Dónde tenemos puestas las metas de nuestra vida? El corto plazo resulta tremendamente atractivo. La cultura actual nos invita a movernos asÍ: consume hoy, paga mañana. Las campañas publicitarias nos empujan en esta dirección.

No resulta fácil plantar cara a una corriente de tal envergadura, que amenaza con llenarlo todo, aunque no se quiera. Por una razón concreta: se requiere saber esperar, esto es, paciencia y esperanza. 

La paciencia y la esperanza son dos virtudes importantes. Lleva tiempo adquirirlas y no se puede bajar nunca la guardia. No es cosa de quererlas y ya. Son hijas de la fortaleza. 

Es fácil caer presa del desánimo. El camino se hace largo, aparece el cansancio, y cuando aparece la fatiga pide compensaciones inmediatas. Lo interesante de la encuesta se centra en la larga espera de los adolescentes para ver a Justin. Parece que tienen entonces fortaleza, y algo de eso hay porque estuvieron de pie durante horas.

Estas jóvenes tenían, sin darse cuenta quizá, una gran fe. Por eso esperaban. Creían que el cantante iba a aparecer, por eso esperaban. Como sabían que iba para largo, se armaban, como se dice, de paciencia.

Por tanto, el problema de tantos en nuestros días, estriba en su falta de fe: no creen en nada. Una manera de disimular la falta de fortaleza consistiría en anular las creencias que exigen pensar a largo plazo, como se suele ver el momento de la muerte y lo que después viene.

Al instalar la duda o la nada en el chip de nuestra conciencia se abre el camino para permitirse ciertas libertades que nada tienen que ver con la verdad no con el bien, sino con la conveniencia o los gustos del momento.

Resulta, por tanto, fundamental en la escuela de la familia, enseñar a esperar porque se tiene fe en realidades que vendrán después, y que vale la pena no comerse ahora todo los chocolates. Saber esperar, guardar para más adelante. 


No podemos decir como aquel escritor irlandés, Óscar Wilde: "Yo lo resisto todo menos la tentación".

Creo que algo así se planteaba la santa de Ávila, Teresa, cuando escribía estos versos: "Aunque me canse, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera".

El Adviento es la pedagogía de la espera, de esa Navidad que ya llega, mientras preparamos el árbol y el nacimiento.

La solución está en la cumbre, es la frase de un montañero que murió en el Anapurna.






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