El aborto: un hijo nacido del positivismo














¿Abortar? Nada del otro mundo. Cualquiera lo hace; cualquiera incita a hacerlo. El doctor Bernard Nathanson (1926- 2011), judío, practicó 75 mil abortos durante su vida antes de convertirse al catolicismo en un día como hoy, 9 de diciembre de 1996, fecha que, ese año, se celebraba en Estados Unidos el día de la Inmaculada Concepción, patrona del país.

La propuesta del aborto, tan vergonzosamente actual, consiste en negar el futuro a una persona. Casi cualquier razón es válida. 

El doctor judío  Nathanson,  unos años antes de su muerte , confesaba que unas mujeres radicales se acercaron un día a su clínica de abortos, donde operaban 24 horas al día, al punto de que quienes ahí trabajaban, acaban ricos en dinero y alcohólicos.

Pues bien,  esta señoras le  pidieron al doctor, conocido como "el rey del aborto", que les diera un argumento convincente  para su propaganda de este remedio terapéutico, consistente en quitar la vida de un inocente que incomodaba a la madre de alguna manera.

A Nathason se le ocurrió lo siguiente. Digan al mundo que "la madre tiene derecho a regir lo que pasa en su cuerpo". Esta ligereza, decía, se me ocurrió a raíz de la educación de mis primeros años de Medicina en McGill, donde se definía el embrión como una "masa compleja de células". Si las cosas así eran, pensaba, por qué no eliminarlas cuando incomoden, como hizo él con su novia Ruth cuando quedó embarazada.

Peter Singer (1946-), otro judío, profesor de Ética, para algunos "una verdadera autoridad planetaria" (ver a Javier Sampedro en El País, "Animales de laboratorio: entre dos extremos"), arguye que "prefiere eliminar un embrión humano antes que a  un chimpancé", ya que el embrión no puede sentir ni por tanto padecer porque no tiene todavía cerebro. El periodista se obnubila ante tal argumento y sigue a quien él mismo le ha conferido en su escrito el título de  "autoridad planetaria".

¿Cómo se puede llegar a este extremo, tratándose de un experto en ética, al quien vemos que no le faltan incautos seguidores, por negligentes o por conveniencia? Una vez dejados en manos de los cauces lógicos de la experimentación, la única salida es la "comprobación". ¿No hay "pruebas" físicas, tangibles? Entonces, no existe.

La persona, en cualquier estadio de su desarrollo, con o sin cerebro, está abierta al infinito por tendencia natural. La libertad radica en la persona, no en la voluntad. El hecho de que alguien no actúe como hombre, no significa que no le sea. De lo contrario habría que exterminar a locos y enfermos de dolencias que perturban la mente, y sobre todo, a los ancianos.

Nathanson supo un día, que esa apertura natural al infinito se hizo consciente en su vida. Reconoció sus crímenes, admitió que Dios le llamaba a apartarse de su carrera de muerte y alcoholismo, y encontró la paz cuando, en una visita a Nicaragua, una señora depositó al pasar en su mano un crucifijo, cuando aún no era creyente, y le oímos  contar "que le quemaba" y no sabía qué hacer con él. Ahí comenzó su carrera de conversión.

El camino de negar al hombre su apertura al infinito, su fin último, lleva al ateísmo y, en el camino se va  suprimiendo todo aquello que contraría o supone un costo "elevado" para mi economía. Este argumento es racional, pero no tiene sentido porque no se acepta la integridad de la persona por encima de los criterios racionales de conveniencia, del tipo que sea.

Jérôme Lejeune (1926-1994), genetista descubridor del mecanismo del síndrome Down, afirmaba que el ser humano completo, impreso  en la estructura original del ADN que permite su desarrollo, está presente en el hombre desde el momento de la concepción. Su proceso de beatificación y canonización  culminó en 2012. 

La educación de acuerdo a la verdad del hombre, sin reducciones positivistas, permite caminar en un  camino seguro. 




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