Sentirse querido

San Agustín nos dice en alguna parte de su monumental obra (hay quien afirma que jamás nadie haya completado la lectura de todos sus libros), que cuando uno se siente querido, nace el amor.

Esta aseveración, lejos de ser teoría, nos remite a la experiencia personal de cada quien. Sobre todo, cuando el descubrimiento de la nada personal nos puede inclinar a pensar, que no somos dignos del cariño de  nadie. Lo cual no deja de tener bastante fondo de verdad.

Quienes abandonan una empresa, especialmente las ligadas de por vida a una persona, como el matrimonio, la vocación religiosa o cualquier otro tipo de vocación que supone la entrega irrevocable, tiene que ver con no haber descubierto el amor en la convivencia diaria.

El enconcharse, el mirar hacia otro lado, el seguir viviendo la vida sin siquiera voltear a quien te pide una ayuda, son actitudes premeditadas del navegante solitario que, confiado en el potencial de su gran barca, no espera un cambio de fortuna en su travesía debido a un imponderado.

Pero este tipo de navegantes no se da sólo entre los poderosos de la tierra. Rabindranah Tagore, premio Nobel de Literatura en 1913, nos cuenta la anécdota de aquel pordiosero que, deambaulando por los caminos polvorientos, siente que una gran carroza se detiene junto a él, y el distinguido ocupante le solicita una limosna.

El mendigo sintió que, al detenerse esa gran carroza, sus días de pesadumbre llegaban a su fin. Por eso quedó confundido al solicitársele una dádiva por un poderoso señor, y metió la mano en su morral raído para entregarle un grano de trigo. 

Esa noche, al llegar a casa, el pordiosero vació su bolsa y se encontró un grano de oro. Lamentó luego durante toda su vida el no haber entregado todo su haber.

Creo que Tagore en su cuento describe un poco el alma mezquina que somos tantas y tantas veces. Sin embargo, no acierta a decirnos que el amor con amor se paga. 

Quizá  ese pobre mendigo caminaba entre el polvo de la vida, porque jamás nadie le había hecho sentir de veras una pizca siquiera de verdadero cariño.












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