La vida y el premio final.

Al final, aunque no sepamos bien el porqué, queda una sensación de fiasco cuando vemos, una y otra vez, que el mismo equipo, la misma persona, gana un trofeo codiciado entre los practicantes de alguna disciplina deportiva, literaria, artística.
Los demás nos quedamos mirando. Otra vez tal y tal ha ganado el título. 

Por dentro, suele sentirse una cierta fruición cuando un desconocido se alza con la presea. Que un chino gane un campeonato de bádminton es un tópico; pero que lo haga una andaluza, no deja de tener bemoles.

Pero hace falta que alguien nos diga, que cada uno de los habitantes de este planeta, los de ayer y los que vendrán, estamos llamados a ganar un título crucial. Con razón consideramos un tanto injusto que sólo unos pocos conquisten las medallas,  a veces incluso haciendo trampas.

Y es que la vida sin premio al final, estamos llamados a conseguir el premio gordo, que se nos ha destinado desde el principio. Por eso no se puede vivir la vida sin condiciones, haciendo lo que a cada quien le viene en gana. Se deben de cuidar todas aquellas pequeñas cosas que, además de procurarnos una felicidad parcial, aquí  y ahora, nos dan la forma necesaria para conquistar ese premio que ya lleva inscrito nuestro nombre en una placa.

Por haber nacido, tenemos un gran premio. De ahí que no se entienda quienes quitan la vida a un recién concebido, o trafican con quienes no se pueden valer por sí mismos.  Todos estos inocentes, sin duda, lograrán su recompensa, pero debemos airear que el homicidio intencionado a estos seres es el mayor crimen que se puede cometer en la vida. 

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