Dios quiere al hombre por sí mismo

Sin forzar las cosas, la constitución pastoral Gaudium et spes, que versa sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, deja caer una frase donde se pierden los límites de la pequeñez humana y la grandeza divina: "El hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma".

En lenguaje taurino, una expresión así se merece las dos orejas y la vuelta al ruedo. Esta frase llega al corazón, y llega porque es verdad. 

Quiere también, sin lugar a dudas, a los de "izquierda y a los corruptos", a quienes señalábamos ayer en este mismo blog. Se ha fijado en cada hombre que viene a este mundo, o, mejor dicho, porque Dios se ha fijado, ha pensado, en cada hombre, por eso cada uno de ellos ha venido a este mundo.

Ese pensar implica hacerse uno con cada quien, pues llamados estamos a la unión con Dios. Al darnos el ser, nos da la posibilidad de eternizarnos en su presencia, una presencia que se contempla no desde fuera, sino desde la mismísima intimidad divina, sin que nunca se acaben de confundir la criatura con su Creador.

Ahora bien, esa unión debe ser querida por el hombre. Si su libertad se encauza en el querer divino,  acaba desembocando en él. 

Por eso santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de todos los tiempos, mientras visitaba a su hermana en el castillo de Rocaseca, de donde provenía, se le cruzó en uno de sus amplios corredores, y le preguntó: "¿Qué hace falta para ser santo?". 

Tomás pensó un momento, y le contestó: "Querer".


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