¿Los ricos lloran cuando se acaba el año?

El año ya casi se acaba, pero comenzará el nuevo. La línea de separación entrambos, finísima, apenas se nota, a no ser por la algarabía artificial de algunos ruidosos.

Sin embargo, estos finales y comienzos de año alegran a muchos por encima de su media normal. Y otros padecen lo indecible por buscar distinguieres en la manera de disfrutar el fin de año.

Una señora acompañada de su familia y la sirvienta (se notaba en el atuendo de su oficio) volaba de un centro de vacaciones, Miami, a otro: Acapulco. Era, como dicen, más mejicana que el chile. Mejicana de la capital, no de cualquier otra parte.

No desaba de quejarse. Que el aire acondicionado del avión congelaba; que deseaba un refresco de dieta, pero se lo negaban porque se reservaba para los de primera clase; que tenía recursos para volar en cualquier clase y que quería su refresco. En fin, para paliar el frío, se cubría el rostro con unas enormes gafas de sol obscuras y se tapaba con un chaleco de pieles, sin dejar de mascullar improperios. Para el refresco, sacó unos dólares para pagarlo, pero no se admitían más que tarjetas de crédito; tuvo que ir con su marido para que la sacara del embrollo.

En vez de depositar los vasos de plástico usados en el saco que las azafatas ofrecían a los pasajeros, una y otra vez, la señora depositó los suyos en el suelo del avión, para seguir demostrando al mundo, quizá, que ella acababa consiguiendo lo que quería.

Por supuesto, sus dos hijos veían y oían con displicencia todo el sainete organizado por su madre, como si la costumbre les hubiera vacunado de tanta queja materna. Todo el avión se enteró del frío padecido por la señora y de que se iba directamente a coger la conexión del próximo vuelo a Acapulco.


Inspiraba lástima la tal señora. Parece que poseía de todo, y le faltaba una cosa por lo menos: fortaleza. Esta virtud que permite capear los temporales, bien resistiendo su embate o bien apretando los dientes para evitar que los quejidos, mugidos, se extiendan por el ambiente, cansando a quien los oye.

Me recordaban las andanzas de la tal señora, a la prensa y a los medios de nuestro tiempo. Por ejemplo, los de España sólo saben quejarse. De lo que sea. Todo les contraría, incapaces de ver algo bueno en nada. Hablan de felicidad con tanta arrogancia que justifican no haberla alcanzado, siempre por culpar de los demás. En Estados Unidos, hay menos quejas, excepto el desprecio que cobijan ante los extranjeros indocumentados y la presencia de tropas en el Medio Oriente. Francia, ve cómo se le acaba la existencia del buen vividor, y amenazan con irse con la radical de la derecha (En España la amenaza es irse con la izquierda radical y sin rumbo, como en 1936).

En fin, creo que hay muchas facetas de la vida para alegase de veras, incluso las que nos contrarían de veras, aunque duelan (pero para esto hace falta una gracia especial). Pero los que no tienen la piel curtida, aunque sobreabunden en recursos, hasta lo que no comen les hace daño.

Gracias por este año que ya se va, y por ese nuevo que ya se asoma en la esquina. Gracias a Dios, por cada detalle.

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