El atardecer de la vida y el amor


En el atardecer de la vida, seremos juzgados por el amor.

Esta frase es francamente consoladora, porque es verdad. Pero no todo lo que es verdad, resulta consolador.

Del juicio justo brotará una sentencia. El sol,  bien ilumina o da calor. Son las dos variantes del mismo astro. La luz  o el fuego solar que quema. 

El amor penetrará entre el nervio y el hueso, hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Hasta descubrir aquello incluso que de nosotros desconocemos.

Cada quien recibirá entonces, ahora  sí, lo merecido. Luz o fuego. Nadie respingará contra la sentencia porque verá en su origen la justicia y lo que uno ansiaba. 

El problema es que el resultado  obtenido distará miríadas de años  de lo imaginado y que, según el veredicto, será absoluta o insoportablemente querido. No es que con esto se quiera engañar a nadie, como Saramago pensaba de quienes no pensaban como él. 

Carmen del Río, la mujer que lo acompañó en los últimos años de su vida, contaba que la última obra del premio Nobel, Alabarda, la iba a finalizar con un sonoro "vete a la mierda", dirigido a todos esos engañadores que pululan por la vida. Nunca culminó la empresa, y así el final no fue tan malo, para la novela, como el autor quería.

Pues bien, si la historieta es cierta, este final tan desagradable, visionado por el Nobel, se injertará de modo indeleble en su propio ser, esculpido por su deseo,  un eco de sí mismo resonando para siempre en su alma. Claro, con el debido respeto al señor Saramago, todo este cuadro se producirá si, contrariamente a lo que él no pensaba, resultase que los tales engañadores  decían la verdad.

El amor se desentiende de un final así, donde no se pide perdón a nadie por nada. La sentencia firme se ajusta precisamente a la figura de sí mismo generada por cada quien.

En el atardecer de la vida, seremos juzgados por el amor. El poeta de los altos vuelos, Juan de la Cruz,  santo, aconsejado de Teresa Sánchez de Cepeda, autor de este verso, vio, como entre nubes, esta realidad amorosa que pondera y sitúa a todas las cosas en su sitio.

Da gran paz porque sabemos que no nos "engañan" quienes tales cosas nos cuentan, que las manos de un padre amoroso nos conducirán por un laberinto desconocido justo después de la muerte, que desemboca en un sol de luz, sin fuego. Es el amor.

El camino del Adviento sirve para ir pensando estas cosas, y otras mejores.

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