Yo nunca seré Charlie o los límites de la libertad

Arde Paris. Y Francia. El ataque terrorista ha encendido los ánimos de los ciudadanos franceses y de otras partes del mundo.

La tragedia, vista por expertos columnistas,  tiene varias lecturas. Una, la más generalizada, aboga por la postura profesional de los periodistas y caricaturistas de ejercer su cometido sin cortapisas. La segunda postura reconoce que la falta de respeto a los demás puede sembrar tempestades, y si bien algunos profesionales  no llegarían tan lejos en las provocaciones, admite, sin embargo, que podría haber alto útil en esa manera de tratar el tema para la comunidad.

En efecto,  la libertad ilimitada (más allá de lo marcado por la ley) y la utilidad definirían entonces los parámetros de la actuación profesional de quienes se dedican a las labores informativas, y, como ampliación, a otras profesiones. 

Los de la plantilla de Charlie Hebdo no tenían límites en sus provocaciones y la falta de respeto a las personas, a sus creencias y valores eran la forma de denunciar lo que les parecía inadecuado en el amplio espectro de las actuaciones sociales y políticas. La razón de esta defensa es que el "derecho a la crítica" no puede menoscabares por ningún tipo de censura.

Quienes así piensan, no sé hasta qué punto caen en lo que se podría llamar bullying mediático. Como el ataque y la burla vienen dados por quienes tienen el poder mediático, a los denostados sólo les toca aguantar. Los profesionales que así actúan parecen pensar que la reacción a una burla continuada en público, no debería encolerizar a nadie al punto de tomarse revancha por otros medios. Y si quiere vengarse que lo haga cogiendo la pluma, porque estamos en una democracia, en un país civilizado. Claro, aunque nunca se justifique la muerte de nadie, puede que no todos tengan esa actitud de serenidad ante lo adverso que hiere lo más íntimo de una  convicción.

Parecen decir, si no se está de acuerdo con algo, emprende una demanda o empuja para que cambien esas leyes que permiten tales afrentas. Pero no siempre es así para todo tipo de acciones escritas. Por ejemplo, en Francia, si alguien niega el holocausto, se va a la cárcel sin más.

La postura de quienes si bien no son Charlie Hebdo ven que puede sacarse alguna utilidad de ejercer este tipo de periodismo irrespetuoso con todo, "porque dicen cosas necesarias que nadie más dice". Es decir, el fin justifica los medios.

El tema es delicado y tiene muchas facetas para ser tratado aquí, en una cuantas líneas. Lo que está en juego es precisamente la libertad, y tienen razón cuantos se oponen a poner trabas en su desempeño, especialmente en el trabajo de los media y en los quehaceres educativos.

El problema, en efecto, es el de la libertad, pero que nadie quiere definir. Ni Vargas Llosa, ni David Brooks en su artículo de The New York Times, ni muchos de los artículos que, bien ponderados, tratan de la tragedia parisiense.

La libertad, es nuestra opinión, tiene un fin, como toda acción humana. Ese fin, en caso de la información, es la verdad. Llamar libertad de expresión a lo que a uno le da la gana decir, será lo que se quiera, pero no es libertad. Menos aún, si lo que se dice no es bueno. La crítica es un derecho, sí, siempre que se apegue a estos dos criterios de verdad y bondad para la sociedad que la recibe. Y sólo es útil una información cuando lo que se dice es verdadero,  cuando se ponen los medios para que así sea, o cuando de ella sale algún bien.

Al final del camino de la libertad, nos encontramos siempre con una persona. Y con las personas, no se juega.

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