Hacia una sociedad sin restricciones: ¿Progreso?

Estamos cayendo en muchas partes del mundo en una situación donde el derecho no ocupa su lugar en la sociedad. Se cree que lo bueno y lo malo dependen de las consecuencias.

Entonces, para no ser tildados de intolerantes, se deja hacer, se deja pasar. Esta latitud de miras, en donde se desdibuja cada vez más, el bien y el mal, va desde la familia a los colegios y sistema educativo, desde la empresa a los encargados de la política. 

El centro de este modo de percibir la vida, se alimenta del relativismo. Parece que nada ocurre cuando quedan indefinidamente indefinidos los temas centrales de la vida y de la convivencia en la sociedad.

La gente entonces, puede recibir halagos de parte de los media debido a la amabilidad con la que se conducen los padres, los educadores, en fin, los encargados del orden público. Ya no se puede exigir, cuando se deja de hacerlo una sola vez. Cada quien va adquiriendo la anormalidad de vivir sin normas sin más, porque todos lo hacen así.

Las manifestaciones en medio de las ciudades a las horas más cruciales para la ciudadanía, se deja ser porque, segó se dice, hay derecho a la libre expresión. Sin acotamientos. Las autoridades temen a las turbas, aunque desquicien el tráfico y rompan el orden instituido.

Los escándalos por corrupción, malversaciones de fondos, campan por todo lo alto en la empresa privada y pública. Quienes contraen deudas por no haber sabido administrar el erario público, creen que tienen derecho a o pagar las deudas contraídas.

Los hijos tampoco obedecen a sus padres porque aprenden de ellos que las leyes y las señales del tráfico son opcionales. Depende de quien sea uno, puede saltarse a la torera la normatividad, en cualquier campo.

Por ejemplo, los que se definen como afectos a las normas religiosas, dejan de cumplirlas porque el día de campo, el cansancio, la reunión con amigos hasta altas horas de la noche, etcétera, impiden asistir a las obligaciones propias de su fe. 

En todo lo anterior, lo que realmente ocurre es que la sociedad funciona como si Dios no existiera; o, como algunos dicen, "aunque Dios existiera". Ya está bien de que nos vengan a imponer desde fuera qué es lo que se debe hacer o no.

Es decir, nos hemos instalado en un humanismo ateo, donde se pretende que todo sea amable y lleno de delicadezas, sin constreñimientos de ninguna clase. El resultado social viene a ser lo opuesto a lo que se pretende. 

La violencia se incrementa en todos los niveles y edades, los delitos quedan impunes o con penas irrisorias, y mientras todos se quejan, nadie pone el dedo en la llaga de tanto disparate.

Está bien de que siempre habrá cizaña en el trigo; pero, parece que nos damos quedando sin trigo, porque se emplea entre otras cosas, para fabricar combustible y, pesar de la superproducción, suficiente para alimentar al mundo entero, no alcanza porque se destina a otros fines "más importantes". 

Por eso se ve más la cizaña. Por eso adolecemos de ejemplaridad.


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