Hambre de verdad: La consecuencia del relativismo

Relativismo. Una posición vital de despreocupación. Arropados bajo la bandera de la democracia, cada quien se siente libre de propagar conductas personales, no importa que tan extremas parezcan, porque la verdad, un bicho raro, ya prácticamente no campea.

Cualquier postura debe tolerarse. Ya ha pasado a la historia aquella noción de tolerancia que permitía algo malo a sabiendas que lo era, puesto que su prohibición supondría una mal peor que el remedio.

Ahora se tolera todo, sin más, porque está ahí, porque a algulen se le ha ocurrido.
Pero esta es la gran consecuencia a la que estamos llegando. Ya que no se quiere encarar la vida de acuerdo con unos principios, no resta sino padecer las consecuencias.

Veamos. Hoy existe un verdadero hambre de información, de verdad. La gente está re-descubriendo  que no da lo mismo una cosa que otra. Ante la proliferación de posturas incongruentes,  por ejemplo, que una marxista confesa, Dilma, reelegida presidenta de Brasil, vaya a la ceremonia de toma de posesión en un Rolls Royce, acompañada de su hija; o, lo que es más serio,  que la Unión Europea ponga contra las cuerdas del ring a Rusia o a Grecia; o que Estados Unidos no vea la oportunidad de las relaciones con Cuba y arregle, como lo han hecho otros países, los problemas de las deudas contraídas por las confiscaciones del pasado. Y que todos ellos digan, sin embargo,  sinceramente, que buscan la paz.

Dicho de otra manera. Con el proliferar del relativismo en todos los órdenes, se incrementa la ignorancia sobre asuntos esenciales. Por definición, esta postura se desentiende de la verdad, y aboga por lo único que le queda: lo práctico, sin el espantapájaros de lo verdadero. Entonces, la desorientación crece entre el público honrado, que todavía lo hay, y se dedican con verdadero hambre de conocer, a buscar información que le lleve a la verdad de los asuntos serios de la vida, aquello que importa.

No se trata de defender algo nefasto para que la carencia de lo bueno conduzca  a su demanda. Pero se ve y escucha esa demanda de la verdad y de lo bueno, que no se encuentra entre el lodazal que va pisoteando todo el mundo.

La gente nunca se harta de lo que demanda su naturaleza; eso sólo ocurre cuando el hombre deja de querer lo que es, y quiere transformarse en un esperpento.


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