Ratzinger y la voz de la conciencia

Hacer el bien; evitar el mal.

Esta es un principio que, si se vive, a todos nos va a ir mejor.
En seguida surge la pregunta: ¿Y qué es el bien? ¿Para quién?

Hace unos cuantos años, el profesor Ratzinger discutía con colegas suyos de la universidad, sobre los responsables de las matanzas del nazismo. 

Muchos de ellos quitaban la responsabilidad a quienes ejecutaron a sus víctimas. El argumento era que ellos se habían limitado a obedecer.

Al profesor Ratzinger le costaba trabajo admitir tal postura, y pensó durante muchos años sobre cuál sería la postura moralmente buena.

La respuesta primera que sigue siendo válida hoy es que uno tiene la obligación de seguir su conciencia. En última instancia, después de ponderar los elementos que intervienen a la hora de tomar una decisión, se debe seguir la conciencia.

Pero las reflexiones de Ratzinger le llevaron a asentir con esta tesis, que sigue siendo válida. El problema no estaba en seguir la conciencia o no, sino en si la persona se había procurado formar su conciencia. 

En efecto, como se tiene la obligación moral de seguir la conciencia, debemos procurar, en primer lugar, que los dictados de esa voz interior, se acoplen a la ley natural, que exige a cada uno "haz el bien". 

Así que, el pecado, si podemos hablar así, no radica en haber obedecido o no las órdenes de las autoridades militares en un momento dado; sino en no haber cotejado si esas órdenes eran correctas.

Es decir, nadie se puede escudar hoy en que "me lo dijo la serpiente", o " me lo dijo Eva", por remitirnos al primer dilema moral de la historia. Debemos contestar a ese primer principio que indica que hay que obedecer la voz de Dios.

Esto sirve hoy también a la hora de analizar las oclusiones que se dan en la palestra europea, donde se desestima todo lo que no cuadre con la voz de la opinión pública, por muy mayoritaria que sea.

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