De la familia nace la paz

Todos quieren la paz: santa Teresa y Lenin. Pero cada quien buscaba el remedio en lugares opuestos.

Resulta interesante que, Juan Pablo II, a la hora de dirigirse a lo que ha sido el anhelo   de paz de las gentes, aterrice el tema en la familia.

Podríamos construir un silogismo. La paz nace de la familia; si la familia se vuelve endémica; entonces, difícilmente encontraremos la paz.

El dictum medieval "si quieres la paz, prepara la guerra" ha ondeado desde siempre en los cuarteles de la milicia. Esta idea deja mucho de ser romana y medieval. Hollande y Valls, encargados estos días de sortear la andanada de opiniones manifiestas a favor y en contra de  manu militari, parece ser que se han inclinado por seguir el camino de la guerra parra alcanzar la paz.

Ante el eminente peligro, dicen, debemos estar preparados para lo peor.

Se puede recordar que el presidente Miterrand, quiso aliviar el hueco abierto en la tasa de natalidad de las francesas. Para ello instituyó una prima económica para las familias que tuvieran hijos. El estímulo funcionó por un breve período. Se descubrió que el incentivo económico funcionaba hasta cierto límite. En el fondo, los franceses habían decidido que la libertad sin apenas hijos era parte de la felicidad.

El agujero de la natalidad creó la circunstancia propicia para que, la naturaleza, que le tiene horror al vacío, se llenara de personas que ansiaban un lugar en donde ganarse la vida sin la escasez de sus países de origen. De ahí, se multiplicó en Francia la presencia de inmigrantes de los países del Norte de África, debido a las relaciones mantenidas durante años con el país colonizador.

La cultura de igualdad que proclama Francia desde su Revolución, no parece haber llegado a los suburbios de las grandes ciudades, donde se apiñan los inmigrantes.  Es desde ahí, donde han brotado una y otra vez los destellos de violencia como los que ahora se lamenta el mundo entero. 

El papa Juan Pablo II, decía en su alocución para la Jornada mundial de las familias, del año 1994, que "nadie puede sentirse tranquilo mientras el problema de la pobreza, que  afecta a familias y e individuos, no haya encontrado una solución adecuada". Y añadía, "la paz estará siempre en peligro mientras haya personas y familias que se vean obligadas a luchar por su misma supervivencia". 

Que las personas se dejen embaucar por una u otra ideología destructiva para salirse con la suya, no es la causa del problema; hay que mirar hacia atrás, hacia lo que pasa en el origen, en el seno de la familia...si la hubiere.

La culpa de los acontecimientos, entonces, no está en absoluto relacionado con la inmigración. Por el contrario, la defensa de la familia, como institución básica de la sociedad, se había deteriorado durante décadas en Francia y otros países de 
Europa. No había jóvenes suficientes en el sistema educativo francés a quienes inculcar los valores de la convivencia pacífica entre gentes que provienen de tantas y diversas culturas.

A nadie se le puede dictar el número de hijos a engendra en la familia, pero sí el Estado debe acudir en ayuda de la institución familiar, en vez de "legitimar, como sucedáneos de la unión conyugal, formas de unión que por su naturaleza intrínseca o por su intención transitoria no pueden expresar de ningún modo el significado de la familia y garantizar su bien". 

Estas palabras de san Juan Pablo II, deberían considerarse, al menos, como una alternativa más, a todas las especulaciones vertidas en estos días por los intelectuales europeos amantes de la paz.

Y es aquí donde el Estado debería mirar, en la verdad de la familia, si quiere comenzar a trazar de veras, los caminos que conducen a la paz.


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