Europa sin Dios

La tragedia de París. Millones de gentes marchan por las calles. En silencio y con carteles con alguna leyenda.

Hay rabia en los rostros de muchos. Y también lágrimas de dolor porque la vida de algunos se ha escurrido entre los avatares diarios, y ahora nos damos cuenta de su ausencia.

Los comentarios de quienes escriben en los media, en las redes sociales, tratan de dar con el quid de lo sucedido. No se explican que en el centro de la civilización europea y de la moda hayan sucumbido ante las balas de unos desalmados una quincena de personas mientras hacían sus tareas profesionales o iban al mercado a surtirse de lo necesario para el fin de semana.

No hemos visto las imágenes de los que tienen fe y van a los templos a rogarle a Dios que nos proteja de lo que nosotros no alcanzamos a cubrir, por muchos cuidados que pongamos, por muchos policías en las calles.

Da la impresión de que Europa se ha quedado sin Dios. Sabemos que no es así, pero lo que nos llega viene a ser los ramalazos de la razón que no tiene sitio para el fervor religioso, que también existe. 

El hombre quiere salir adelante por sí mismo. Cuando denosten a Dios y se alce de una vez por todas la voz de la razón, se acabarán las penurias. Pero no es así, y no lo será nunca.

La voz de la caridad, del amor de Dios, se ha suprimido de cuajo. Y cuando de las relaciones entre los hombres se elimina la relación con quien es el fin de todas las cosas, las voces, las palabras, pierden su sentido.

Es tiempo de volver el corazón a Dios. Y encontraremos la paz que se busca.

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