El buen vino y la palabra

El vino alegra el corazón del hombre. Este dicho tiene más de 3 mil años, recogido de un pasaje bíblico. No creo que nadie hoy niegue esta aseveración.

Ocurre algo similar con la palabra. La palabra buena, va al corazón y lo alegra. Ese llegar al corazón lo tenía muy presente Pascal: "Razones tiene el corazón que la cabeza no entiende".

La palabra mala, como el vino malo, agría el alma de quien la recibe. La pregunta que me viene enseguida, es porqué hay quienes quieren producir vinos agraces o diseminar palabras que hacen daño al otro. Sin duda, son personas que han sufrido mucho, tanto que no han conocido el amor en la familia, raíz de todos los males. En la carta a los Romanos, Pablo llega a decir, que las palabras pueden llegar a "corroer como la gangrena".

Desde ahí se remonta la historia del mal decir. A veces, vinos muy buenos deben esperar 15 o más años en la botella para decantarse y resultar agradables al paladar en grado sumo. Si uno despacha ese vino que acaba de vendimiar los efectos pueden ser nocivos y se acabe desechándolo. También la palabra, servida sin refinar, sin reflexión, se convierte en una flecha sin cupido, que si llega al corazón, rasgará ese órgano concebido para el amor.

Hay que saber esperar. La ira, pasión que no quiere pasar por el alambique de la depuración y de la espera, irrumpe en el presente sin más, sin pensar en quien va a recibir el envite, o, peor todavía, pensando que quien lo va a recibir se va a amargar.

Cierro estas ideas con la propuesta para este año, y para siempre, con la palabra de un personaje que sabía lo que era el hombre, y le contaba en cuatro versos lo que le convenía porque le iba, además, a agradar. "Quemad viejos leños/ Leed viejos libros/ Tened viejos amigos/ Bebed vinos añejos. 

El consejo viene de Alfonso X el Sabio, quien sabía del dicho de otro rey bíblico, enunciada el principio, que recetaba lo necesario para fomentar la alegría del corazón.

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