¿Sólo lo infalible "obliga" a creer? Y la libertad, ¿para qué?

Estamos viviendo una época donde la falacia convive altivamente con la verdad. El problema se agudiza cuando se quiere dar un corte tajante a lo verdadero, sin un resquicio siquiera para los grados de verdad encerrados en muchas de las propuestas de fe propuestas por el magisterio.

Por ejemplo, el misterio de la Santísima Trinidad es una verdad revelada, que, el hombre, con su sola razón jamás podría haber descubierto. Ocurre otro tanto con la Encarnación. Sin embargo, cuando se une este verdad con otras referidas a la misma cosa, se puede ir arrojando luz sobre estas verdades desafiantes para el intelecto humano.

El apóstol san Juan, nos dice que "Dios es amor". El amor se da entre personas, y no se entendería a partir de una persona aislada eternamente. Así es como, poco a poco, se van engranando nociones, y, lo que en un principio parecería incomprensible, la pluralidad de Dios en sus personas, se empieza a vislumbrar como algo aceptable. Por supuesto, estas asociaciones ayudan a esclarecer ese misterio tan alejado de las posibilidades del razonar del hombre, pero no por ello se estará más cerca de atisbar siquiera la plenitud de esa realidad sobrenatural.

Por algo Platón puso su Academia junto al lugar cultual dedicado a las musas, fuente de inspiración de las empresas intelectuales. Al reconocer la verdad de nuestra existencia, levantamos la cabeza en búsqueda de quien nos ha donado este regalo para darle gracias. Alguien más poderoso  que uno mismo, nos ha querido aquí... "para algo".

Ahí radica el sentido de la libertad. Si nos hubiera querido para "nada", estaríamos rondando la línea del absurdo. Entonces, conforme se va descubriendo el fin de nuestra existencia, se va acrecentando el rango de la libertad al incidir precisamente con todo nuestro ser dado en el "blanco" pensado por nuestro "hacedor". La paradoja consistiría en "deambular" de un sitio a otro sin saber para qué. Y el absurdo se aleja al saber.

La "conversión" de san Pablo en su camino a Damasco, tierra destrozada hoy por no querer seguir el camino conducente a  la "paz",  resulta paradigmático en este recorrido. Encuentra su libertad cuando descubre el plan de Dios para él, contrario a su desempeño como enviado de las Erínneas, llevado por los deseos de exterminio.

Su nuevo "camino" pasa por la paz, por la reconciliación, que transforma las personas de "perseguidoras" del mal (Erínneas) a Euménides,  sembradoras de paz, como hace el mismo  Cristo con energía y cariño en el alma de quienes de verdad lo buscan. De paso vemos cómo Pablo se queda ciego después de este diálogo. Quizá no estaba preparado para tal torrente de gracia, y este déficit le pasa factura a ese contenedor más avezado en el odio que en el amor, para ser capaz de instalar en la comunidad un nuevo sentido de la justicia.

Algo así le ha pedido el papa Francisco a Trump durante su visita al Vaticano. Sería buena, le dijo, su contribución para ser "instrumento de la paz", llamado a convertirse del lado de las Erinnias a las Euménides (perdón). Trump venía feliz de su éxito con los sultanes árabes por la millonaria venta de armas a estos casi cincuenta pueblos. Pero la paz no discurre por los caminos de quienes "discuten" para ganar dinero, como apunta Platón en El Sofista.

La "falacia" se escurre así en la palabra como si fuera un "argumento" o una "refutación", nos dirá también el Estagirita, alumno del anterior, pero tal pretensión de "negocio de armas" no desemboca ni en la amistad ni en la paz.

Ya está bien de callarse. Ya está bien de recibir "gato por liebre" en este incesante ruido de "palabras" vacías de verdad, pero llenas de egoísmo y odio. No se puede defender la "necesidad de matar" como si fuera una enmienda moderna y necesaria al mandato quinto del Sinaí. No podemos seguir enmendando a capricho el  mandato del amor, anclado en la falta de respeto, en el acoso continuo escondido en una falaz libertad de expresión, algo que Zuckerberg no ha entendido porque detrás de esa su "libertad taimada" (emancipación de todo condicionamiento para salirse cada quien con la suya), se esconden muchos millones...de dólares.

Deberemos esperar a conocer el final de estas diatribas para ver quién es verdaderamente sabio. El sabio conoce los matices de la verdad y los honra queriendo conocer cada vez un poco más, pedemtim, sin prisa y sin pausa, y plantarse con firmeza en defensa de lo infalible, como es siempre el respeto a la vida de la persona, esté  en estado embrionario o en su senectud.

No todo da igual, porque no todo es lo mismo. La verdad no es la mentira, el bien no es lo mismo que el mal, dígalo Agamenón o su porquero (Perdón A. Machado por traerte tanto a colación).







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