Flexibilidad del hombre para recibir lo "sobrenatural"

Se lee con frecuencia en los clásicos, que el hombre es una criatura "capaz de Dios" (capax Dei). Esta afirmación da seguridad, especialmente, a quienes caminan entre luces y sombras, al estilo propio de la fe.

La naturaleza humana, lo sabemos, está herida por el "pecado original". Esto quiere decir que nos cuesta hacer el bien que queremos, y verse muchas veces haciendo el mal no deseado.

Por esta razón, se evidencia que Dios no se olvida de sus creaturas y derrama sobre ellas tanto las "virtudes infusas" como sus "dones", junto con la gracia santificante, necesarias para su salvación. Unas y otros parten de la iniciativa divina, pero se encuentran con una "naturaleza", la nuestra, lejos de la perfección original cuando fue creada. Y la "gracia santificante" quedaría además inoperante, pues su cometido consiste en preparar el alma para "divinizarla", y ella es un "hábito sobrenatural entitativo", no operativo, según, entre otros, nos explica Royo Marín.

Entonces, se dificulta el asentamiento de las "gracias" recibidas en nuestra naturaleza debido a su deficiencia.  La gracia se ve "obligada" a adaptarse al recipiente que la recibe. Veamos.

Las virtudes naturales humanas, se van labrando con la repetición de actos "buenos", acordes con el fin de la naturaleza recibida. Con su cultivo, el hombre va desarrollando el perfil que le es propio, pero, insuficiente para saltar del plano "natural" al "sobrenatural", necesario para alcanzar la vida eterna, imposible de lograr por nuestras propias fuerzas.

Las "virtudes infusas", sin embargo, vienen en nuestra ayuda. Son un hábito operativo infundido por Dios en el alma, mejor dicho, en sus potencias o facultades, con el fin de disponerlas a obrar "sobrenaturalmente", de acuerdo a los dictados de la razón iluminada por la fe. Sin embargo, el motor divino que las genera e impulsa se frena ante el "modo humano" de canalizar los actos propios de estas virtudes teologales (atienden al fin) o cardinales (atienden a los medios para alcanzar el fin) estas virtudes.

Que sean un hábito significa una permanencia estable, no algo fugaz, momentáneo. Estos hábitos los mueve el Espíritu Santo y son necesarios para la salvación. Por tanto, Dios no los niega, pues "quiere que todos los hombres se salven". Sin embargo, la gracias (ya lo hemos dicho) se acomodan siempre al modo del recipiente, las potencias del alma (memoria, inteligencia y voluntad), respetando así el querer libérrimo del hombre.

Ocurre, a veces, que nuestras disposiciones personales no acogen como es debido a esta gracia dada por las "virtudes infusas". Si bien el Espíritu Santo es la causa primera de estas virtudes (en realidad, Dios es causa primera de todo lo que pasa de estar en "potencia" a estar en "acto") sin falla alguna, la causa segunda es el hombre que, con su inteligencia y el querer de su voluntad, secunda, con más o menos ímpetu,  la gracia recibida capaz de mover y dar un rango "sobrenatural" a sus actos. Sin esta gracia no podríamos merecer nada, aunque fuera enorme el esfuerzo empleado al realizar un acto.

Pero, aquí se asoma el punto crucial, despejado con un ejemplo real de la vida. En cierta ocasión santa Teresa de Ávila le cuestionaba al Señor el porqué de las almas condenadas. Oyó la santa la siguiente respuesta: "Teresa, yo quise pero los hombres no han querido".

Es decir, el motor original de la causa primera envía su gracia, pero  el libre albedrío del hombre, la causa segunda, puede rechazar esa ayuda divina, pues la gracia no destruye la naturaleza, la libertad, sino que tiende a ayudarla a moverse a ese plano sobrenatural, capaz de producir actos dignos de su fin propio.

Por eso es importantísimo la aportación de las "virtudes naturales", amasadas por la acumulación de actos "virtuosos" que les dan a las infundidas un lecho más estable. La gracia podría forzar (pero no lo hace) la naturaleza humana, y no nos cansaremos de repetir el respeto de Dios a esa libertad dada gratuitamente al hombre.

Los dones del Espíritu Santo son gracias y también hábitos como las "virtudes infusas", pero con una diferencia importante de éstas: en el caso de los dones la causa primera es la única causa. La causa segunda desaparece para que irrumpa con toda su fuerza la gracia recibida en el alma y sus potencias. Pero, el hombre no desaparece. Su voluntad se convierte en dócil causa instrumental, es decir, "coadyuva" sin rechistar, diríamos, con esa gracia recibida, porque quiere, sin oponer resistencia alguna. Sería el caso de la Virgen María cuando recibe el anuncio del ángel para ser madre de Dios. La joven María responde a la invitación: "Hágase en mí según tu palabra", sin objetar la propuesta después de resolver una duda.

Tanto en el caso de las "virtudes infusas" como en el de los "dones", son de particular importancia la presencia de las "virtudes humanas" naturales, cultivadas por el hombre a base de esfuerzos (aunque también en este caso se requiere de la "gracia actual" para arrancar el proceso de actuar a partir de las potencias). Cuanto más se hayan arraigado las "virtudes humanas", tanto mejor arraigarán las "virtudes humanas" y los "dones" en el alma hasta dar "fruto".

La santidad, entonces, no se puede lograr sin el recurso de estas gracias. Se deduce de lo dicho que los dones son mucho más perfectos que las virtudes infusas y perfeccionan a éstas. Esto es así porque, mientras el modo humano prevalece en la aplicación de las gracias en el caso de las  virtudes y se sirve del hombre para su desarrollo de forma natural contando con la participación activa de su inteligencia y voluntad,  en el caso de los dones, el modo es divino, sobrenatural, capaz de convertir en heroicos nuestros actos, siempre con las potencias del alma "dejando obrar" al espíritu, muy por encima del modo humano

Por eso en el proceso de canonización se requiere probar que el candidato a la santidad haya  vivido las virtudes "en grado heroico". La "gracia santificante", entonces, siempre va acompañada tanto de las "virtudes infusas" como de los "dones" para ayudar al hombre a "producir" frutos de santidad propios de los "hijos de Dios", almas bautizadas.

Estamos viviendo un tiempo excepcional en esta Pentecostés de 2017. Todas nuestras cuitas quedarían saldadas con la asistencia del Espíritu Santo, tal como ocurrió con su venida a los 50 días de la Resurrección del Señor. Unos señores temerosos, con poca preparación, fueron capaces de convertir a miles con su predicación y hacerlos parte de la Iglesia recién nacida mediante el "bautismo".

Recibieron en abundancia los dones de  sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios, necesarios para perseverar en el "camino" lleno de tentaciones sin cuento. Nuestra fuerza se presta al alma que, en este caso, como instrumento, tiene lo necesario para "secundar" las mociones divinas "instrumentalmente". Pero en el caso de las "virtudes infusas", es el alma la causa motora  y principal de sus propios actos virtuosos.

En fin, este resumen de los movimientos ocurridos en la vida interior anima a pedir en estos días lo necesario para dar el salto, como los apóstoles de ayer, ilusionándonos a recorrer el camino que lleva a la santidad, siempre con "caídas" pero con la fuerza necesaria para comenzar de nuevo.

De aquí nace la alegría de Pentecostés, ya a la puerta. Y en los sacramentos se recibe la plenitud de esta "gracias santificante", con sus dones y virtudes.




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