Si lo que se lee (o lo que se hace) no te acerca a Dios...

Perder el tiempo. No suelen darse  definiciones de este concepto, quizá para no caer en sus garras. Pero supondría un buen avance si, gracias a una definición convincente, las personas dejaran de perderlo.

Dolce far niente, representa un extremo, el  estado del hombre tendido sin remedio y sin vergüenza. Su opuesto: ocupado por quien carece de tiempo porque tiene muchas cosas que hacer.

Hemos perdido en la cultura actual, tan penetrada por lo visible y práctico, aquel espíritu de los clásicos donde lo teórico, ser contemplativo, penetraba las mentes más poderosas del mundo helénico. Lo visible de este mundo servía para adentrarse en lo intangible, un mundo superior desde donde se podían explicar las cosas tangibles.

Los holgazanes y los workaholics. Ambos casos tienen en común el desprecio por el trabajo bien hecho unido a la contemplación. Mientras aquéllos se limitan a "estar", éstos se olvidan de "ser" al quedar atrapados en la compulsión del hacer. En ambos casos se pierde el "sentido de la vida".

El descubrir en lo ordinario de la vida, del quehacer y del descanso necesario, ese algo divino, invisible pero real, supone un alivio de la tarea extenuante que agota y aísla porque el alma encuentra reposo en medio de la actividad y del fragor impuesto por el ritmo de la productividad. Asimismo, el perezoso se encara también con el mandato imperativo para el hombre del trabajo para así contribuir al bien común y al propio.

Por tanto, la pérdida de tiempo  se da en cada uno de los casos donde el hombre no se encuentra con su creador. Esta sería una definición para calar mejor en el sentido de la vida, que consiste en dar gloria a quien nos ha puesto en este mundo visible, para que de esta manera, al ver lo creado, se den gracias a ese principio creador y remunerador.

El "síndrome post-vacacionista", explotado hasta la saciedad por la moda del dolce far niente, revela cómo este concepto de aparta incluso de la noción de descanso, porque descansar no consiste en "no hacer nada", sino en "reparar las fuerzas" (quizá no con la "quietud", como aconseja el diccionario de la RAE) sino con actividades donde el espíritu y el cuerpo, la persona entera,  encuentren el "alivio" necesario  para poder incorporarse de nuevo al trabajo, algo propio del hombre.

Entendidos así, tanto el trabajo como el descanso llevan a Dios.








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