La Edad Media, ¿oscura?


Monjes copistas de la Edad Media.




Resulta impresionante constatar la determinación de los personajes inteligentes, sencillos y trabajadores de la Edad Media.

Iban y venían por toda Europa. No protestaban por la falta de recursos a la hora de traducir del griego y del árabe los escritos de quien iba imponiéndose como el campeón del pensamiento de todos los tiempos, el Estagirita.

No sé si alguna vez se han enfrentado al idioma árabe o al griego, con sus caracteres peculiares. Resulta tan extenuante como la preparación durante muchos años para escalar una alta montaña. No le tenían miedo a las dificultades, no sólo de lengua sino de las ideas escondidas en sus pliegues aunque para comprenderlas emplearan buena parte de su vida leyendo hasta cuarenta veces la Metafísica de Aristóteles a la luz de las candelas.

Para escribir se valían de un cálamo, un punzón acabado en una punta afilada humedecido en una sustancia oscura preparada manualmente como los colores usados en las pinturas de los cuadros, parecida a la tinta de hoy pero con la consistencia para durar durante siglos.

Y discutían de verdad. Sin tapujos. Diciendo delante de quien correspondía lo pensado y meditado durante años, y traduciendo, como Rodrigo de Chester, el Corán en 1143, Abelardo de Bath los textos de "matemática" y la escuela de traductores de Toledo tradujo 92 obras del arábigo al latín, donde se caba la  convivencia plena con judíos, árabes y cristianos, sin importar si el contenido era de "óptica", de "filosofía", de "medicina", de "plantas" o de "dialéctica". Los ingleses, propaladores de la falacia de la "edad oscura" al referirse a la Edad Media, no conocieron o no les dieron crédito a sus autores ingleses como Escoto Eriúgena, Alejandro de Hales (maestro de san Buenaventura), Juan Duns Escoto, Juan de Salisbury, Guillermo de Ockham, el escocés Ricardo, y un largo etcétera. El impacto de sus obras se ha mantenido hasta nuestros días, al punto de ocupar los escritos del pensador contemporáneo  Karl Popper sobre la cuestión de los tan discutidos "universales" para quien son sólo "disposicionales". Un aire muy distinto del tono burlesco de semanario francés Charlie Hebdo disfrazado de "libertad de expresión": Rodrigo de Chester tradujo el Corán, respetuosamente.

Sólo verlos, saber de sus vidas, dan envidia por su investigación y estudio donde, sin quejas melindres como muchos de los estudiantes actuales, omitiendo siempre la insulsa y descafeinada pregunta "y esto, ¿para qué sirve?", pusieron las bases de la cultura europea iniciada con san Benito de Nursia.

Por tanto, nos declaramos devotos admiradores de ese escueto tiempo de la historia (sólo duró mil años) poblado de hombres dispuestos a crear la universidad, después de largas caminatas por los caminos de Europa, pidiendo limosna como los dominicos y los franciscanos mientras predicaban en las ciudades por donde pasaban, leían y traducían los pergaminos enrollados en las aparejos de sus mulas listas para cruzar los Pirineos en invierno, en caso de hacer falta, como fue el caso de santo Tomás de Aquino en su camino al Concilio de Lyon, si bien murió en el camino aquejado por el malestar  de una caída de su caballería.

En fin, honor a todos esos "santos y sabios" (aunque sea una redundancia), de quienes tanto hemos tanta luz hemos recibido, en silencio, desde hace por lo menos, casi milenio y medio. Era la luz pedida por Goethe en el momento de su muerte.








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