Buenas noticias: Más laicos a los altares



La venerable Guadalupe Ortiz de Landázuri.



Acaba de suceder el día 4 de mayo. El papa Francisco ha reconocido como venerable a François Xavier Nguyen van Thuan, cardenal vietnamita. El mismo día,  Guadalupe Ortiz de Landázuri, española,   corrió con la misma suerte (buena).

Guadalupe ingresa en el Opus Dei en 1944, el 19 de marzo. Estudió la carrera de Ciencias Químicas y comenzó alguna labores en España. Poco después va a México y allí vivió seis años en distintas partes del país, dedicándose a la formación de las primeras mujeres de la Obra en esa parte del mundo. Llamada a colaborar con el fundador, san Josemaría Escrivá, se encamina a  Roma. Regresa a España enferma, y fallece en 1975, a los 59 años de edad. ¿Y entonces por qué  es venerable? Porque vivió siempre alegre, y supo obedecer en todas las encomiendas de trabajo y en lo tocante a su vida interior. Se olvidó de sí misma y se dedicó a procurar el bien de los demás. Eso es todo, en pocas palabras.

No conocí a Guadalupe personalmente, pero sí a su ya famoso hermano Eduardo, como estudiante en la Universidad de Navarra, cuya causa de canonización está también incoada. Afable, cortés, gran profesional de la medicina, dirigió la Clínica de la Universidad de Navarra hasta que las fuerzas le abandonaron debido a un cáncer maligno. Su gran sabiduría no pasaba desapercibida a pesar de  su gran humildad. Escuchaba, preguntaba, trabajaba de pie mientras esperaba las reuniones semanales del Consejo de Rectoría de la Universidad tratando de aprovechar el tiempo y rara vez aceptaba el favor de sentarse junto a un escritorio en Secretaría General para estar más cómodo en su espera.

En el hogar de  los Ortiz de Landázuri había mucho que aprender porque se vivían las virtudes humanas en lo ordinario de la vida. Y tanto Guadalupe como su hermano Eduardo aprendieron  mucho en esa buena escuela.

Mis lazos con estos dos ya venerables se unen pero van por diferentes caminos. Con el cardenal Van Thuan coincidí en un congreso de la familia en Monterrey, México. Tuvimos ocasión de conversar y nos emplazó a mi esposa y a mí, a visitarlo en Roma. Era en la década de 1990.



Venerable cardenal François Xavier Nguyen van Thuân






Al llegar a Roma para un asunto privado, nos encontramos, sin planearlo, en una ceremonia. Nos invitó a su casa, entonces el palacio sede del Consejo Pontificio Justicia et pax, una dependencia extraterritorial del Vaticano pero situada en san Calixto, en el barrio antiguo de Trastevere. Nos enseñó dónde vivía. Tenía su lecho en un recodo de la parte superior de una gran escalinata del palacio (Me acordé de san Alejo que, según cuentan,  vivió una parte de su vida debajo de una escalera en la casa de sus padres). En frente, se veía una hornacina y ahí tenía expuesto el Santísimo, lugar donde remataba la escalinata, pero sin paso a ningún otro sitio.

En ese tiempo van Thuan era el segundo en jerarquía  del Consejo, presidido por el cardenal francés Roger Etchegaray. Nos habló de su salario mensual, una cantidad insignificante. Cada día iba al mercado para hacer la compra de lo necesario y cocinaba él mismo. Los 13 años de prisión en Vietnam,  le habían enseñado a sufrirlo todo sin rechistar y con buena cara.

Nos habló de su familia, de rancia nobleza, antes de caer en manos del régimen comunista. Sus padres eran personajes de la alta sociedad de su país y lo perdieron todo con la toma dictatorial, donde la religión católica era perseguida. Después de 13 años de prisión fue a Roma, sin permiso para regresar a su antigua diócesis de Saigón.

En Roma, nos invitó a comer a un restaurante de comida vietnamita, y como no entendíamos el menú, nos sugirió una sopa de bambú, típica de su tierra.

Nos fue contando su vida y se transparentaba su amor por Vietnam, pero nunca salió una palabra de odio o reproche contra las tropelías cometidas por el ejército, a sabiendas de que no podía regresar a su casa.

En resumidas cuentas, el cardenal van Thuan sufrió mucho entre sus compatriotas, porque los amó mucho.

En el itinerario del camino de la Iglesia van apareciendo ahora florecillas de santidad con más frecuencia, entre personas de nuestro tiempo, laicos, sin más ornatos que el haber hecho bien el trabajo profesional, animando a quienes pasaban por su camino a vivir siempre de cara a Dios, alegres, porque saben el buen fin que les espera.

La gran noticia es que se va incrementando el número de laicos en los altares.

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