La ética: sal de la tierra

La sal se ha venido usando desde antiguo para dar sabor a los alimentos y para preservarlos de la putrefacción. 

Algo así ocurre con la ética. Cuando la ética desaparece una profesión, la de escribidor, por ejemplo, viene la ruina, la corrupción, pues la verdad y el bien inherentes en el fin de  todo planteamiento ético, pasan a ser opcionales, como los semáforos de algunas grandes ciudades. O pretender escribir una novela con un profundo desprecio de las letras del alfabeto.

En los tiempos actuales, todo el mundo se queja, con razón, de la corrupción reinante en todos los órdenes de la vida. Ya nada sabe igual. Se desconfía de las transacciones, de una declaración ante un juez, de los jueces mismos. Se desconfía también de los más cercanos, incluso de la propia familia.

Se pueden oír los lamentos de una a otra parte del océano, pero si no nos ponemos siquiera de acuerdo en qué consiste el mal, no encontraremos la manera de ir mejorando el cocido. Ocurre lo mismo con la verdad, tan manida. La verdad no es acomodaticia. Se planta ante lo real para ver los escarceos del pensamiento en su ir acercándose a la cosa.

Viene también la plaga de los mensajes transmitidos por las redes sociales, carentes de fundamento alguno, y los de los media en cualquiera de sus manifestaciones. La verdad viene a ser como algo del pasado, desentendido de los tiempos de irreflexión en un mundo marcado por las prisas, por la falta de tiempo, y por ende, por falta de concentración en lo ordinario de cada día, sin lugar para la meditación ni mucho menos para la contemplación

¿Qué nos pasa?, ¿por qué la persona de enfrente ya no se valora en toda su integridad?, ¿dónde se ha descarrilado o amenaza con hacerlo este tren de máxima velocidad con pasajeros porque va deprisa sin saber a dónde?

La sal de la vida es la ética. Si quitamos este ingrediente a cualquier actividad, aparece la descomposición, el mal sabor de boca en una relación. Vemos la política. La gente se está apartando de los políticos de oficio por su abusivo afán de poder, incapaz de contribuir un mínimo siquiera al bien común, fin de toda acción pública. Discursos vacíos de contenido real, acciones diseñadas torpemente, fraudes económicos, falta de capacidad y de energía para mantener las promesas de campaña, en fin, hechos sin sustancia caracterizados además por una falta de ética.

Pero estos modos de andar en la vida de las profesiones ha calado hasta los huesos en la sociedad incluso en el deporte, en el arte, en lo más íntimo de la vida conyugal.

Una acción carente de ética deja una herida en quien la ejecuta y en el destinatario, porque supone un desvío, intencional o no, del curso a seguir por una acción.  Y en definitiva es un fraude. La falta de entrega, de participación resulta muchas veces de la desilusión causada por "no ser derecho" en un compromiso, por un engaño. Los kilogramos en la báscula de una relación apenas dan 900 gramos.

Lo peor de estas instancias estriba en el contagio de esas conductas en otras donde se justifica la revancha. Al fin y al cabo, se dicen a sí mismos, todos lo hace. Y la cadena de corrupción sale de paseo para ir maniatando al "próximo" con argumentos y amenazas tendentes a escatimar dando gato por liebre, si bien les va.

En fin, la ética en cualquier tarea, siempre vale la pena, aunque luego nos engañen.









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