Sólo Dios conoce el pasaje secreto de las rendijas del alma

Son muchos los que han interpretado la falta de "presencia de Dios", como una ausencia, como un creador que se ha olvidado de sus criaturas.

El ser personal de cada uno de los hombres es una creación divina en cada caso. Y la permanencia en el ser de cada uno se debe al querer de Dios, que no se aparta de sus "creaturas". Nadie puede venir a la existencia por sí mismo, porque sencillamente "no es", así como tampoco puede permanecer en ella pues no posee su existencia en propiedad: somos en él y por él.

Dicho esto, la "ausencia de Dios" resulta más bien de un descuido, de un vacío de atención a su persona que algo real. Tengo un par de amigos que se escudan en sus agobiantes ocupaciones para no acudir a unos cursos de formación. --"Tengo muchos problemas", dicen. Y dados los tiempos que corren, no cabe ninguna duda sobre la explicación.

Sin embargo, este pretexto tiene algo de ilógico. Se debería acudir a nuestro Padre, todopoderoso, precisamente cuando acucian los problemas. Esconderse en el exceso de trabajo para no tratar a la familia suele traer malas consecuencias, si se persiste en esa conducta. Asimismo, Dios Padre, está todo el día pendiente de sus hijos, mucho más cercano a nosotros que cualquiera de nuestra familia. Por tanto, la falta de "visión sobrenatural" es un vicio culpable de ese alejamiento ficticio, sin fundamento.

Si Dios concede la "libertad" al hombre para acercarse a él, no puede quitársela luego para que no lo encuentre. Es un sinsentido. Debemos "creer" estas cosas para poder entenderlas (no al revés). Se cree en el acto de fe debido a la autoridad de quien habla. En la autoridad humana ocurre lo mismo: se da el crédito a alguien no por lo que dice, sino por quien es.

Por ejemplo, debemos creer que nos vamos a salvar, no por nuestros méritos, siempre insuficientes, sino porque Dios quiere que todos los hombres se salven. Por eso nos ha creado. Pero como no sabemos el "camino" y nuestros méritos serán siempre escasos para dar ese gran salto al "orden sobrenatural", entonces nos da su "gracia" a condición de que permanezcamos fieles en el "camino", siguiéndole a él, en la persona de su hijo, Jesucristo.

Esta es la razón de la alegría de "ser cristiano" con "obras y de verdad.

Es muy interesante considerar a la Virgen de Fátima, el día 13 de este mes, centenario primero de su aparición a tres pastorcitos sin cultura alguna (les pidió más adelante que aprendieran a leer). En su segundo contacto con ellos les enseñó, nada menos, que el infierno. Ahí vieron entre llamas y gritos la figura espantosa de los diablos junto a las almas de muchos condenados.

Ese susto a tan "tierna edad" les llevó a encomendar en serio a los pecadores y a los moribundos. Hoy día, muchas mamás de la tierra no permitirían que sus hijos pasaran por una experiencia similar. Y así les va en su proceso educativo, donde el capricho y la condescendencia por no dar un mal rato, arruina la vida de tantos desde que tienen uso de razón. Una madre así, reclamaba en el colegio de su hijo que no le permitieran rezar más la oración del "Señor mío, Jesucristo", porque se alude a ese pesar de que Dios nos puede "castigar con las penas del infierno".

San Juan Bosco, gran educador, casi contemporáneo nuestro, solía ver en sus sueños a muchos de sus alumnos ir resbalándose hasta las puertas del infierno.

Es decir, las personas se pueden condenar a pesar de que Dios no lo quiere. Él las ha creado para sí, para que gocen consigo por toda la eternidad. De ahí el lamento del Señor: "...yo quise, pero los hombres no han querido". Al derrochar la "gracia" se trastocan los planes divinos.

Y todo esto ocurría en 1917, en un pueblito de Portugal, donde no había ninguno de las llamadas disuasorias y los escándalos de hoy en día.

Pero Dios, que es Padre, se cuela por las rendijas de nuestra alma, y es capaz de hablar al corazón con su gracia, para que sus hijos vuelvan al "camino" que conduce a la vida, y al que están llamados todos los hombres. Hay que escuchar.









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