Se es poca cosa, sí; pero se es para siempre

Ser poca cosa. Cuando alguien desprecia a otro semejante se debe sin duda por percibirlo como poca cosa. Pero, y aquí está el punto, ese otro, es. De alguna manera se ha instalado en el ser, es decir, ha dado un salto de la nada al ser. También tenemos el mismo caso con, por ejemplo, las piedras. La diferencia, sin embargo, radica en el "grado de ser". El grado de ser de la piedra es inconmensurablemente menor que el del hombre.

Pero, ¿se puede decir si el "grado de ser" difiere entre un hombre y otro? La falta de unidad del hombre nos hará ver las diferencias entre los hombres. Un hombre capaz de decir un día, porque así lo piensa, cosas contradictorias de sí mismo y de los demás y de lo demás, por ejemplo, posee menos integridad, menos unidad, que quien afirma o niega consistentemente. Asimismo, la verdad quedaría en entredicho en esa persona, y, podemos afirmar, sin ir siquiera a los contenidos de lo dicho, que no es bueno andar en esas inconsistencias. Por lo tanto, podemos decir que hay diferencias de "grado de ser" si atendemos a los criterios mencionados de lo uno, de lo verdadero y de lo bueno.

Por eso solemos decir "este hombre es de una pieza". Y estos criterios se aplican a todo ser, sin entrar sobre aspectos secundarios como podría ser el "sexo", tan de moda hoy, llevado a ocupar el sitial de honor en las discusiones, torpes, desenfocadas, sobre la dignidad de las personas. Esa dignidad no se vislumbra siquiera cuando se denigra el ser, pues se trastocan los criterios propios de evaluación.

El deprecio del ser, o su sobreseimiento, ha desatado todas las batallas verbales y no verbales en la humanidad, creando divisiones carentes de todo sentido, hasta el punto de que la "gramática" y quienes deberían cuidar de sus reglas (limpia, fija y da esplendor) se han visto envueltos en las trapisondas del habla y de las costumbres.

Pero este desprecio cobra singular magnitud cuando nos percatamos de la idea de vocación, es decir, todas las criaturas son la expresión del querer divino. Una razón de ser. Nada es por sí mismo. Ese salto, al que nos referíamos antes, de la nada al ser, no es autoinducido, como es lógico y natural. Estamos llamados a ser de una manera particular. Y en tanto se siga ese camino se cumple con la vocación. Los seres minerales y vegetales cumplen puntualmente con ese designio. También los animales. Pero en el caso del hombre, puede desentenderse de la llamada, cuyo  rastro se le comunica de forma indeleble.

De todo lo anterior se desprende, se colige, la grandeza del hombre y su pequeñez. Por una parte, el hombre, cada uno en particular, ha sido querido por Dios. Y como Dios es bueno, el ser por excelencia, lo querido porque él es bueno. Es decir, nos aguarda un buen fin porque ha querido que el hombre sea para siempre con él.

Claro, sólo hace falta que el hombre quiera.













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