El costo de la mala educación


Apenas ocurre un incidente en una escuela, en un colegio, los padres se lanzan a la yugular de la institución educativa, pretendiendo siempre tener la razón, algo natural sobre todo cuando se trata de velar por los hijos. 

Pero el deseo natural de querer tener razón siempre, endulzado en ese caso con la "defensa" del hijo", suele ignorar si en casa se observa lo demandado al centro escolar.

En primer lugar, se suele dar  a los hijos todo lo que pidan. Vivimos una época de abundancia. Por tanto, los padres montan en cólera cuando saben a través del hijo, que algún maestro le ha negado su "derecho a protestar", por no satisfacer de inmediato una inocente demanda infantil (hasta los 14 años) como la de que sus madres les den el "pecho" en público, en la escuela, donde sea,  hasta esa edad, pues no hay nada mejor que la leche materna. 

El maestro no tiene derecho frustrar el encanto natural de los jóvenes al "expresarse" agarrándose los genitales si no se les concede  ir al baño justo después de venir del recreo. En casa cada quien va a donde quiere cuando le da la gana. Ni tampoco se pueden aplicar exámenes y suspender a las víctimas. Pase directo a todo.

Protestar por todo, porque todo está mal si no me conviene y no está de acuerdo con mis gustos. Faltaba más. Además ahora ya hay partidos que "pueden" acoger a los llorones "por todo".

No pedir disculpas por los errores, pues ya no hay errores. Hay que separar para siempre la lógica de la realidad. 

No todo es lícito aunque se pueda hacer: son consignas del pasado, de antes del "prohibido prohibir" de 1968 en París.

Enseñarles a trabajar aunque estén cansados: es una locura. Se trata de encontrar la manera de ganar mucho, trabajando muy poco, para no caer en el estrés. 

Vacaciones decentes. Es decir, largas, en una buena playa, aunque esté atiborrada. Y que asignen un psicólogo por familia para cuidar del "síndrome post-vacacional" con baja médica de por medio.

Ayudar en casa. Esto no se les debe imponer a los niños. Ellos tienen ocupado todo el día con sus juegos, dormir y comer. Ya está.

Ser leales con los demás. No se lleva. Esto supone revivir una práctica antigua, y quedarse en inferioridad de condiciones frente a los demás, pues todo el mundo miente y busca salirse con la suya.

Decir la verdad. Es una imposición extemporánea, medieval. Cada quien tiene "derecho" a decir lo que le parece, sin establecer juicios "a priori". Ya está.

Saber aguantar, no ser reaccionarios. No: hay que salir al patio, a la calle, a donde sea y gritar a los cuatro vientos las preferencias del colectivo (?) al que se pertenece, y pedir una indemnización al gobierno por las vejaciones sufridas, patentes en esa memoria histérica, durante décadas. 
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Los media pluma afidada en ristre, aguardan el desenlace de estas controversias de los jóvenes, la promesa del futuro (aunque cada vez hay menos) por medio de su participación (los jóvenes son quienes menos participan en las urnas: prefieren la calle). Del escándalo exhibido depeden sus ventas.

De la afirmación de estos principios en el hogar depende, en buena parte, el dislate de las relaciones sociales: violencia de género y no de género, robos y asaltos, botellones, bullying, protestas callejeras por lo que sea, falta de compromiso, desencanto con la familia, descenso de la natalidad, demandas laborales inusitadas (subida de sueldo trabajando menos), más recursos para la seguridad social y de otros tipos. Etcétera.

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