Una caricia de la Virgen de Lourdes


Gruta de la Virgen de Lourdes, en Francia.


Un buen amigo y su esposa fueron a Europa con la intención de dar gracias a la Virgen de Lourdes por dos favores muy importantes obtenidos bajo su intercesión, precisamente el día de su fiesta en la Iglesia, el 11 de febrero.

Al intentar llegar a Lourdes se encontraron con dos contrariedades. El sistema ferroviario francés estaba de huelga. Los billetes comprados con un mes de antelación, no tenían derecho al reembolso siquiera, excepto en tierra francesa. Sumado a este contratiempo, los trenes españoles cooperaban también al desorden con un sistema de huelgas parciales emitiendo licencias para viajar en los horarios restringidos aprobados por ellos. 

La llegada a Lourdes entonces por otros medios se complicó, por los compromisos adquiridos  en otras ciudades tanto en términos de alojamiento como de transporte. Así las cosas, nuestros viajeros saludaron a la Virgen de Lourdes desde la frontera de España con Francia.

Después de visitar algunas ciudades españolas, completaron su periplo aterrizando en Roma. Frente a su residencia quedaba la basílica de san Lorenzo, que, como tantos otros edificios e iglesias romanas, estaba restaurándose. 

Al entrar en la basílica, tuvieron una recepción inesperada. En la nave central, completamente vacía, al fondo, delante del presbiterio, aparecía una imagen enorme de la Virgen: era la de Lourdes, con una corona de luces encendida, a pesar de la ausencia de público en el templo.

No sabemos cómo ocurren los milagros, decían estos amigos, pero la presencia inesperada de quien había sido el motivo principal del viaje, resultó ser un encuentro conmovedor. Tardos de corazón, añadía este matrimonio, se dieron cuenta del regalo de Nuestra Señora de Lourdes. No pudieron llegar hasta mi casa de Lourdes, pero yo sí estoy junto a la suya todo el día, sólo para ustedes, sin aglomeraciones de ningún tipo.

Como regalo extra, a la entrada de la basílica, junto a las dos columnas que la enmarcan, estaban a derecha e izquierda, las efigies en mármol blanco de dos santos íntimos y amigos de los visitantes desde la niñez: san Francisco Xavier y san Carlos de Borromeo.

Con este hallazgo inesperado, una caricia maternal de María, el motivo y la alegría del viaje tuvieron cabal cumplimiento.







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