Dallas, Louisiana, Minnesota: ¿Por qué tantas veces se justifican los medios por los fines?







"Enfado". La razón suficiente para acabar con la vida de los demás, según dijo el reservista de raza negra Micah X. Johnson, de 25 años después de abatir a cinco policías y herir a siete más en la ciudad de Dallas, antes de perder la vida.

Si queremos encontrar las causas de este y otros ataques indiscriminados en Estados Unidos, sin duda, muy por encima de otros países del mundo, vemos que la facilidad para adquirir un arma se contaría como la causa instrumental para cometer actos de este tipo.

Sin embargo, se debe explicar además la relación entre un estado anímico y la acción consecuente, es decir, la causa formal. Por supuesto, no todos los que se enfadan ---como en el caso de Johnson--- se conducen de esta manera. Pero el elevado número de quienes una alteración en su carácter les lleva a desquitarse violentamente baleando (causa material) a otros, merece prestarle atención.

Me enfado y mato a otros inocentes. La causa final, quitar la vida de otros, se justifica por la causa formal: el enfado.  El enfado justifica el fin. De entre las mil maneras de ventilar un estado de ánimo, se elige esta forma premeditada y calculada de desquitarse o desahogarse. Esto se aquieta con educación del carácter ("instrucción" es otra cosa).

Porque la vida es lo más valioso de una persona, se la voy a arrebatar, tenga o no que ver objetivamente con el estado anímico.

Durante sus años en el ejército, Johnson ya había sido castigado por "abusos sexuales". La banalidad de la persona, su vida, podrían explicar en este caso, la facilidad con que este hombre disponía a su antojo sobre la de los demás.

Este mar de fondo es un problema de educación. Al final prevalece el uso de la fuerza. La reacción de la policía para acabar con los disparos de Johnson consistió en acercarle un robot con explosivos y hacerlo explosionar. Sin duda, hay muchas otras maneras de reducir a un hombre solo, por muy pertrechado que esté. Pero, a un desplante violento se responde con una violencia radicalmente superior.


El amor al prójimo, sin duda, se echa de menos cuando se circula por las encrucijadas de la vida, por donde transitan otros yo, a los que no se quiere reconocer y ante quienes se reclama el derecho de imponerse bajo cualquier pretexto, aunque ni siquiera se crucen en mi espacio vital.

El control de armas no toca el corazón del problema; la causa formal se relaciona con el carácter.



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