Desmenuzando a Trump: fascismo en el siglo XXI








Con qué arrogancia elegante escritores y periodistas afirman, columna sí columna no, su ateísmo, pero celebran la inclusión de la diosa Europa en los nuevos billetes de 50 euros para tenerla ante los ojos, una mirada al pasado de lo divino que se hace presente y desplaza con su impresión en la materialidad la "vida del espíritu". 

Ante tanta veleidad, patente como nunca en nuestro tiempo, se entiende que los líderes radicales y sus seguidores  abracen el marxismo, con sus  sus diferentes nombres y versiones acomodadas, porque es "el único dogmatismo que conocen". Este consiste en sostener la omnipresencia de la materia en todo, como algo material o como una determinación de algo material. 

Sería este el caso del nuevo partido Podemos e Izquierda Unida en España, y el de Tsipras en Grecia, y los sistemas de los hermanos Castro  en Cuba y Maduro en Venezuela, por no hablar del centralismo omnipresente del partido comunista en China, que permea toda su estructura social, política y económica junto a un intolerable nivel de contaminación atmosférica. La vida del hombre y sus padecimientos son nada a fin de cuentas. Se pueden manipular mientras convengan a un sistema superior.

Y nos queda algo que "parece" nuevo bajo el sol: la figura de Donald Trump. Ya antes de haber comenzado a encabezar la candidatura a la presidencia de Estados Unidos por el partido republicano, su campaña se asemejaba a una guerra, donde iba afirmando su propia autonomía: arrasó con sus 16 contrincantes. Su concepción de Estado viene a ser una "concepción total de la vida", a la manera del fascismo, inaugurado en los albores del siglo XX.

Por eso, no hay nada nuevo en sus propuestas, que se derivan del concebir el Estado como ley y fuerza. Ley para establecer el orden en el país, y fuerza para protegerse de y agredir a los adversarios. Por ejemplo, también en esta postura es donde la mayoría del pueblo ruso encuentra admiración y seguridad, encarnado tanto en  las figuras del pasado (Stalin) como en las del presente (Putin).

De la misma manera, el candidato Trump: si se le agrede a Trump, responde con una agresión centuplicada. La vida, bajo este esquema práctico, se siente protegida si pertenece al clan. El relativismo reinante ha engendrado su respuesta en la contundencia. No en la verdad, una exquisitez para algunos espíritus delicados, que no conduce a nada. 

Se requiere una  alta definición para que surja la prosperidad. Ya no ha lugar para el excepticismo: conmigo o contra mí, parece insinuar la propuesta de Trump, "dogmática y constructiva".

Es decir, si coincides con mi propuesta, propugna Trump, te irá bien. La libertad, entonces, se debe ajustar a lo que dice el líder, tal como ocurre en sus empresas. Si no se da esa coincidencia de miras, estás fuera. 

Pues bien, estos sucesos presentes en diversas regiones del mundo, parecen indicar las consecuencias primeras de tantos años de banal permisivismo ideológico: el relativismo ha abierto todas las puertas de la impunidad al pensamiento. Éste ya no se tiene que ajustar a la realidad, basta con que surja como idea de alguien, sin más.

Los aplausos iniciales de muchos se ha convertido en cansancio. El llamado "populismo" nace de oír y hacer como que todo da igual. Y quieren ahora convicciones fuertes, una vuelta a dogmatismos anquilosados, pero con deseo de que no me opriman a mí. 

Esta es la esperanza de un sistema basado en el paradigma de ley y fuerza: crear un sistema donde el líder piensa que es más fuerte que los demás, y el más débil espera encontrar apoyo en ese más fuerte a cambio de su aquiescencia. 

Y este síndrome es altamente contagioso. Cuando "todo" es relativo (lo cual es una manera de anular el relativismo que se afirma), nada se tiene en pie.




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