Cultivar la memoria para evitar la agonía del espíritu


Desde  la primera línea del Quijote, se nos trae a colación el valor  de la memoria. 
Recordando, por ejemplo, Cervantes cita de memoria el menú diario semanal del Hidalgo de la Mancha, aderezado  con mil historias más. Pero además de  recordarnos lo que quiere,  también nos dice sobre ese no querer acordarse de cierto "lugar de la Mancha".

En esta breve cita, vemos cómo la facultad de la memoria, al querer y no querer  recordar algo, se relaciona con la voluntad, otra facultad del alma que nos sirve para ir al cielo. Por lo menos, así se lo dice santo Tomás de Aquino a su hermana cuando le pregunta "qué hacía falta para ir al cielo". La respuesta lacónica del hermano es suficiente para ver el gran valor de la voluntad. "Querer", fue la respuesta a tan profunda pregunta.

En realidad, Tomás le está sugiriendo a su hermana, que no basta con querer; se precisa, querer querer. En principio todos quieren el bien, lo bueno, pero no todos están dispuestos a arremangarse y ponerse a lograrlo seriamente. Queda patente este matiz en la corta y fecunda conversación de Jesús con Pedro, después de la resurrección. Jesús no le pregunta si Pedro le "quiere", sino si le "ama más" (Jn 21, 15-17) que éstos.

Este no es un juego comparativo. Jesús trata de encarar a Pedro con su persona, ese otro sin principio ni fin, de quien depende todo. El más hace referencia a la infinitud que no se agotará jamás con un acto de amor. Guardando las distancias, es lo que ocurre con el acto de amor al otro. Por mucho que se quiera siempre se requiere ese volcarse más para empezar a darse cuenta que estamos tocando un mar sin fondo. Sin ese más siempre el querer es siempre menos.

Por lo visto, la relación entre la voluntad y  la memoria recurre al bien como punto de unión. Si la persona no recordara el bien, la voluntad no quisiera. Pero nos falta hilar la otra relación vital: la de la memoria con la inteligencia. 

Saber es conocer lo que algo es. La inteligencia penetra (intus-legere) en lo que es, no en entelequias, y nace el recuerdo de lo conocido. De esta manera es posible dar a cada quien, a cada cosa, lo suyo, que es la base de la justicia. Es decir, la justicia se relaciona con la voluntad, como una virtud propia, es ese querer dar, pero no se puede explicar a partir de ella.

Por lo tanto, la voluntad precisa de la ley natural. Esta ley es la comunicación al hombre de la ley eterna. Entonces, la ley natural  no pertenece a la voluntad sino a la razón, que ordena las virtudes a su fin.

Al minar,  en nuestro ir pasando por la vida, la atención debida a la memoria, sobreseyendo su peso en el papel de la voluntad y en el de la inteligencia, podemos instruir a quienes sufren el proceso educativo, pero de ninguna manera estaremos educando.

Es decir, sin saber acerca de la verdad, una persona tiene que escribir el libro de su vida. Y debe alcanzar las santidad sin saber  en qué consiste el bien. 

Es la memoria la que nos recuerda estos fines del hombre:  saber lo que es debido (para formar la conciencia) y  ese  obrar  de la voluntad  tendiente a ese bien conocido.

El espíritu, sin estas luces necesarias, agoniza, y se da el materialismo rampante desde China hasta Estados Unidos. El hombre no sabe para qué está aquí en la Tierra, y por tanto, no lo puede recordar.

Alzheimer, no poder  recordar lo sabidoes una de las enfermedades más terribles. No querer recordar, sin embargo, es a veces protección personal; otras, desdén. Pero no recordar porque nunca se supo, es ignorancia, que se convierte en culpable cuando no se sabe lo que se debería, como en el caso de Messi.









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