Pamplona y los sanfermines: una fiesta que devora a su sentido



Plaza del Ayuntamiento de Pamplona, el día 6 de julio,
en el momento del Chupinazo, a las 12 del mediodía, que anuncia el comienzo de las fiestas de san Fermín.


Un millón de personas en una ciudad de 190 mil habitantes. Nueve días de fiesta callejera ininterrumpida. Alcohol a raudales, a todas horas. Hasta que el cuerpo aguante, las gentes bailan y beben por las calles hasta caer redondos.

¿Razón de la fiesta? El encierro de los toros de lidia en los separos de la plaza de toros después de correr desde los corrales una carrera de 825 metros, delante, detrás y alrededor de los mozos, y no tan mozos, que cada mañana a las 8 se adentran en el callejón formado por  calles estrechas y antiguas y unos segmentos guardados por vallados de madera antes de entrar en la plaza.
Sin embargo, la fiesta, como todas, tiene un origen religioso. Se celebra al patrón de la provincia de Navarra, san Fermín, especialmente en su capital, Pamplona. Tras una celebración del santo en su víspera, y unos cantos minutos antes del encierro una efigie del santo en la llamada cuesta de santo Domingo, a unos pocos metros de la salida de los corrales, a san Fermín se le invoca con la seguridad de que bendecirá a todos los que en esos días se divierten en la fiesta. La Octava del Santo cierra la fiesta.

Estos días se han publicado en la prensa algunos hechos perpetrados por mozos que, al amparo de la fiesta callejera donde todos, sin conocerse, se juntan con todos, en una apertura espontánea y confiada, aprovechan para "meter mano" y "magrear" (como solía decirse) si pueden a las mujeres de al lado. Llevado al extremo, ha habido en estos días quienes han violado a una joven. Por supuesto, la solidaridad de los disconformes con estos actos se ha manifestado en las plazas públicas de la ciudad.

La ciudadanía, los pamplonicas,  no quieren este tipo de sucesos. De hecho, esta año, un eslogan trata de advertir de la gravedad del acoso sexual: No, quiere decir No. Pero, poco a poco, las fiestas de la ciudad se fueron transformando. La ciudad que solía calificarse con calcomanías en los automóviles diciendo burlonamente, Pamplona, ambiente sano. Curas en invierno y curas en verano, pasó a vejar y agredir a los sacerdotes que en esos días de fiestas pasaban por la calle. Mucha gente de Pamplona se iba de la ciudad para descansar en otros lares durante los sanfermines. Pero también hace unos meses se profanaba la eucaristía en plena vía pública, fuera de esta época sanferminera, en una ciudad regida un alcalde perteneciente a  un partido radical, Bildu. 

El encierro  a su paso por la calle Estafeta.

La consecuencia de este vacío de población autóctona que, de alguna manera, tenían la cultura de la fiesta, fue que el sentido de esa celebración se iba cambiando por personas venidas de fuera, que sólo la conocían de oídas. Los encierros mañaneros (que hasta la década de los 70 eran a  las 7 de la mañana y se cambia por razones de iluminación para la "tele") se contaminaban con costumbres de las películas del Oeste americano donde no faltaban los que trataban de controlar la carrera incitando a los toros, tocándolos, agarrándolos de la cola, que, al  distraerlos  en su carrera,  se genera un peligro inminente para los demás corredores.

La gente dormía, bebía y desbebía en las calles y jardines. La publicidad sobre la fiesta de san Fermín se llegó a hacer en algunos países de Europa como "ciudad libre". Sin duda, los libros de Hemingway The sun also rises y Death in the afternoon contribuyeron al conocimiento de la fiesta, pero la leyenda de Pamplona como una ciudad sin freno, cotejada por imágenes y pasada de boca en boca, sigue vigente hasta el día de hoy. 

Los miles de litros de vino y licor a todas horas del día y de la noche desinhiben a cualquiera. Los apretujones debido a la presencia de una población flotante  10 veces la habitual en lugares reducidos como taskas, bares y callejuelas estrechas atiborradas con la presencia de las charangas de las "peñas" suponen una puerta abierta al desborde de las pasiones de visitantes anónimos que quieren servirse con la cuchara grande como hemos visto en denuncias y reportajes.

Todas las emociones que se despiertan a partir del Chupinazo, el cohete oficial disparado desde los balcones del ayuntamiento de Pamplona, sito en la confluencia de tres barrios medievales, se desbordan durante nueve días al calor del alcohol y de la música, y se convive con desconocidos que presencian cómo personas ebrias se tiran de lo alto de la fuente de la Navarrería con la esperanza de ser recogidos en los brazos de los curiosos aglomerados alrededor de ese espectáculo peligroso, que nada tiene que ver con la fiesta.


En fin, hoy se acaban los día de bullicio con las  lamentaciones cantadas del "Pobre de mí, que se han 'acabao' las fiestas de san Fermín". Los servicios de limpieza comenzarán a recoger toneladas de basura por toda la ciudad. Los empleados oficiales replantarán los jardines destrozados durante las celebraciones. Muchos establecimientos cerrarán sus puertas para que su personal goce de unos días de descanso. Los hospitales darán de alta a los últimos heridos, por una u otra razón, durante estos días. Y el silencio volverá a reinar en las calles de una ciudad pequeña, agradable y limpia,  bien estructurada, ahora sí, libre de visitantes que, sumados al jolgorio, se desmelenaron lo suficiente para no parecerse a ellos mismos. 

Y creo que san Fermín, ya olvidado hasta el próximo año,  también se tomará un descanso de presenciar tanto abuso de todo en medio de pasiones desbordadas, tal como muestran tantos reportajes gráficos.  

Pamplona ha creado una fiesta de fama mundial, sin duda, pero con un desdoblamiento tal, pantagruélico, que amenaza con devorar su sentido original. Nadie quiere esto, pero se crean todas las condiciones para que se dé.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra