¿Son muchos los que se salvan?



Virgen de la Salvación de san Bartolomé. Sevilla.











Jesús no responde directamente a la pregunta de si "es verdad que con pocos los que se salvan", presentada por el evangelista Lucas, proveniente de la gentilidad. Indica, sin embargo,  una recomendación: esforzarse a entrar por "la puerta estrecha".

La "puerta estrecha" se asocia indirectamente en esta lectura con el bien, pues en ella se condena a "todos los que hacen el mal". La "puerta" es él mismo para las ovejas que lo conocen y él conoce.

Pero, sí sabemos que "en la casa de mi Padre hay muchas mansiones" (Jn 14, 2), no cuevas o chabolas. 

Estas dos visiones son compatibles: la estrechez del camino y las innumerables mansiones. 

El conocer del hombre, siempre limitado, toca dos puntos, que desde siempre le inquietan: la certeza de la muerte, que le causa temor, y, la certeza del juicio donde se decide su suerte.

Continuar viviendo ilimitadamente tal como estamos sería una locura. Por eso en las escenas del Paraíso, después de la caída, Dios decide enviar la muerte como un remedio: "No vaya a alargar su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre" (Gen 3, 22), pues su suerte había sido echada con la sentencia "polvo eres y al polvo retornarás" (Gen 3, 3; 3, 19).

Prolongar la vida con achaques crecientes, con las facultades disminuidas, sin esperanza..., eso es el infierno. Y la opción de disolver el yo en la nada para ya jamás soportar carga alguna, nos deja a las puertas del hinduismo pero lejos del ser

El deseo de inmortalidad se deriva del hecho de ser. Pero no se trata de un ser cualquiera sino de uno originado en el amor por el amor. Esto significa la lectura de un poema en clave personal, es decir, representa el ser querido por lo que se es, sin tapujos, vivir una historia de amor interminable, tanto da que  hubiera miles de millones de seres en el entorno o nadie más.

Quizá al ver las cosas así, en esta relación personal amorosa, se entiende la pregunta de Jesús a Pedro: "¿Me quieres más que estos?" Viene a decir: Deja ya de pensar en tus caídas, y no te compares con los demás. Me interesas tú sólo, tu cariño. ¿Qué respondes?

La belleza del conocer consiste en estar libre para la verdad. Picar piedra en el monte Rushmore para tallar la efigie de cuatro presidentes de Estados Unidos, representa una gesta sin parangón, a no se por los rostros gigantescos de la Isla de Pascua, tallados en piedra con los recursos de hace mil años a la orilla de la playa, descubiertos por los exploradores el día de la pascua de 1722. En el fondo se adivina en estas proezas el deseo de permanecer para siempre, de cara a la eternidad. Como si el hombre al descubrir la verdad, fuera incapaz de  apartar los ojos de ella, y quisiera plasmar esa expresión del instante del conocimiento con toda la belleza de sus posibilidades.

Pero, entonces, ¿qué talla  haríamos al descubrir el amor, infinito, impensable, de Dios para con cada uno de los hombres por él creados? Al conocer que las tallas de Dios somos cada uno, gigantes minúsculos para la eternidad, iríamos esculpiendo en el alma, o descubriendo,  nuestra semejanza con el creador para poder identificarnos con él y así salvarnos.

La pregunta sigue en pie: ¿Son muchos los que se salvan? Al final del relato de Lucas, se nos contesta con gran apertura. "Y vendrán muchos de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, a ocupar su lugar en el banquete del Reino de Dios".

Aunque no disponemos del conocimiento exacto, podríamos responder que , que son muchos los que se salvan.

Pero, antes hay un juicio: para determinar si nos hemos esforzado para entrar por la puerta angosta.








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