La mejor historia de la historia: No se da en la infertilidad


Isis, diosa egipcia de la fertilidad. 








La plenitud de los tiempos. De todos los tiempos. De lo pasado y lo por venir.

Érase una vez. Esta solía ser la manera de comenzar a contar un cuento. Y el final ya se sabia: la felicidad consiste en "multiplicarse y crecer", tal como se había dicho desde el principio.

El egoísmo se había desterrado del mapa. El crecimiento personal se lograba al pensar más allá de uno mismo. Y entonces fluía el deseo de compartir con alguien más ese descubrimiento. 

La felicidad hoy se vislumbra en la mocedad, quedándose solo. En París, el lugar de donde venían los niños, la mitad de los departamentos se ocupa por una sola persona. Las tasas de fecundidad han caído por debajo del nivel de reemplazo de la población. Se habla de decadencia, no de plenitud.

Como si el pesimismo se hubiera adueñado de la juventud, que ya no es "divino tesoro", sino un "colectivo" sin empleo y sin deseos de aprender nada. ¿Para qué?

En España, más de 4 millones y medio de hogares se forma con sólo una persona. Eso no es "hogar" porque falta el fuego. A nadie hay para querer. Y ese vivir solitario se contagia y, para 2030, se vaticina un total de 5 millones y medio de apartamentos de una sola persona, la cuarta parte del total. 

El bien común dejará de tener sentido, pues se barajará el "todo para mí". Es decir, será imposible revertir la tendencia del incremento de viejos en la pirámide social: pocos jóvenes para trabajar y muchos viejos, cada vez más viejos, para mantener y cuidar, al punto de convertirse en una carga insoportable. 

La inmigración, la invasión, una consecuencia necesaria de este envejecimiento imparable de una juventud infecunda. Han matado la diosa de la fertilidad.

El "creced y multiplicaos", un paradigma rebosante de plenitud personal,  se convierte  hoy un recuerdo sin sentido. La plenitud de los tiempos se dio hace 2 mi años con la venida de Jesucristo.  

La plenitud de las personas, imposible de darse si ya no se cree en la verdad y bondad encerradas en las primeras palabras ordenadas al hombre en la historia. Palabras dichas por quien dio curso al tiempo.




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