¿Por qué las cosas van mal?: Nos hemos desentendido del "próximo"...¡y de Dios!

La doble vida lleva al exterminio de la integridad de la persona humana. Las preocupaciones, las tensiones, la esquizofrenia tienen su origen en ese desdoblamiento de la personalidad que, paulatinamente, va socavando la capacidad de amar a Dios, "con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo" (Lc. 10, 25).

Es decir, los actos humanos deben estar siempre ordenados a Dios y al bien de la persona. Por ejemplo, el acto conyugal (fuera del matrimonio entre hombre y mujer no tiene sentido hablar de "acto conyugal") debe ser "unitivo y procreativo". La integridad del acto conyugal se da entonces cuando se atiende a la unión de los cuerpos del hombre y la mujer y  abiertos a Diosa la concepción para que el autor de la vida, la conceda si está dentro de su plan creador.

Por eso, al romper esa doble vertiente, la que mira a Dios y la que contempla al próximo, se irrumpe desordenadamente en la integridad del acto humano, creando toda suerte de desequilibrios físicos y espirituales. Si seguimos con el ejemplo anterior,  el acto homosexual  se podría contemplar en algunos casos como unitivo, pero no tendría la vertiente procreativa, ya que de suyo este acto carnal está naturalmente excluido de tal posibilidad. Asimismo, si el acto conyugal entre marido y mujer se se hace intencionalmente infecundo, se está transgrediendo la dimensión procreativa por negar a Dios  la posibilidad de su presencia (Él siempre respeta la "libertad" del hombre, aunque se aparte de su plan). Hemos disuelto lo que une y enfatizamos lo que nos degrada.

Hoy día, nos hemos desentendido de Dios y de sus criaturas: el hombre, la naturaleza y la fauna; y se nos amenaza con la preparación de invadir Marte y otros puntos remotos de nuestra galaxia. Como que al hombre de hoy le costase trabajo ceñirse a la "grandeza" de la vida corriente. San Juan Pablo II nos deja indicado el camino con meridiana claridad.

"La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de la unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo" (Juan Pablo II, Exhort. apost. Christifideles laici, n. 17)

Aunque la cita desplegada a continuación resulte un poco larga, vale la pena repasar de nuevo a Juan Pablo II en su Encíclica Veritatis Splendor, porque enumera las vicisitudes de nuestro tiempo, enumeradas por la Gaudium et spes, n.27:

"Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres  responsables, todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia  son contrarios al honor debido al Creador".
(El énfasis en negritas es nuestro).

¿Por qué las cosas van mal? Quizá ahora tengamos una respuesta más clara.













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