Desconcierto y tiempos revueltos: ¿Arde París?












Las calles de París, junto al Sena, no arden, pero una  
inundación ha tocado el corazón de todo Francia: el Museo de Louvre. Las obras de arte guardadas en el Museo  se trasladan a otros lugares más seguros. Espectáculo pocas veces visto, si alguna. Mientras, no cesan las protestas callejeras por la ley del trabajo aprobada.

En México, siguiendo una costumbre ancestral, los maestros de algunos estados se manifiestan una y otra vez, en sus ciudades respectivas y en la capital. No están de acuerdo con los exámenes para conocer su nivel educativo, aprobado por ley. Y las elecciones del 5 de junio están a la vuelta de la esquina, con varios estados en conflicto.

Las calles de Brasil se llenan de inconformes por una u otra razón. Argentina no cesa de protestar por las medidas severas del presidente, que trastocan la tradición corrupta del kirchnerismo.

Caso aparte se da en Venezuela. No hay comida. El descontento se extiende. Las empresas se paralizan. El presidente culpa de todo al "exterior", rechoncho como aparece en sus alocuciones esquizofrénicas, mientras los ciudadanos padecen de hambre.

Los estudiantes de Chile no cesan de gritar. Quieren todo gratis y fácil de conseguir. 

En España, la palabrería de los políticos en vísperas de otras elecciones no satisface a las partes en contienda. Nadie quiere ceder un ápice para buscar un acuerdo. No hay "verdad" en política, dice una comentarista, pero le diríamos que la justicia deseada debe cuadrarse con la "verdad" del hombre, para darle lo correspondiente.

El público de Estados Unidos se va crispando ante la perspectiva de elegir entre dos candidatos anacrónicos con la actualidad y la tradición política. Los ciudadanos trabajan más pero ganan menos.

Europa se rasga, o, menor dicho, no acaba de unirse. A la hora de la verdad cada nación se dedica a sus asuntos por encima de los de otras naciones. Y florecen los nacionalismos ante la insensibilidad política ante las necesidades del ciudadano. Las inundaciones tocan también la Bavaria, sumiendo el desarrollo del suelo alemán en caos.

África no sale de su postración. La herencia dejada por los colonizadores se ha roto en mil pedazos a partir de la aparición de tribus en discordia. Los jinetes del Apocalipsis, hambre, guerra, peste y muerte cabalgan de Norte a Sur del continente y de Este a Oeste.

Asia, con muchas caras, se engolfa alrededor de dos grandes países, India y China, recelosos, bajo al mirada hambrienta de millones de ciudadanos, y la vigilia de Corea del Norte y Japón pendientes del uso de  sus respectivos arsenales, y rodeados de Indonesia y Filipinas, culturas bien dispares, oscilando  entre musulmanes y católicos cientos de millones de almas más o menos creyentes.

Oceanía contempla todo esto desde las sequías e inundaciones en su territorio fuera de lugar y tiempo.

Entretanto, no cesan los desastres naturales en los lugares más insospechados. Nadie se pone de acuerdo sobre si el "calentamiento global" es o no la causa de muchos de ellos, pero suceden tanto en países adelantados económicamente como en aquellos aquejados por la pobreza crónica.

Todo esto, en medio de tensiones políticas al interior y exterior de los países, que amenazan con involucrar a los vecinos, como en Oriente Medio,  debido a la magnitud de las consecuencias potenciales de un conflicto armado entre las grandes potencias, que no cesan de reunirse, pero con magros resultados, si es que alguno.

La Iglesia católica, por otra parte, "parece una barca que está a punto de hundirse, en la que entra agua por todas partes", según confesaba en su día el cardenal Ratzinger..."Vemos más cizaña que trigo", añadía él mismo poco antes de ser elegido pontífice. Y ya como Benedicto XVI: "pedid por mí para que no huya, por miedo, ante los lobos".

Son palabras fuertes. También las realidades a las  que nos hemos referido lo son. Es cierto que el día a día no nos deja ver el panorama total, reducido por fuerza a la impresión local de cada quien, que  descolla, gracias a Dios,  por encima de los brochazos dejados por las catástrofes invocadas más arriba, y produce cierto alivio en otros lares al no encontrarse ellos en el centro de estas turbulencias.

El velo del futuro no se ha abierto. Ni se abrirá. Pero sí hay muchos indicadores ante los cuales palidecen las grandes tragedias griegas. Sigue en pie el "principio de incertidumbre o indeterminación" propuesto por Heisenberg, premio Nobel de Física en 1932, explotado al máximo por los amigos del Brexit.







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