Roma atrae: vieja y corrupta propicia el ascenso de las mujeres al poder

Italia. Espagueti. Pasta. Foro romano. Monumentos históricos. Calles empedradas. Hordas de turistas. Todas las naciones del mundo juntas. Apartamentos viejos. Escaleras empinadas. Remodelaciones. Museos. Iglesias. Vaticano. Hornacinas con vírgenes iluminadas en cada esquina. Gente vociferante. Vendedores ambulantes de Asia y África. Mesas y sillas en las calles para comer. Fotografías. 

Al paseante le contemplan miles de años en la ciudad de Roma. Todo está viejo y relativamente sucio. Lo que no toleraría un visitante en su lugar de origen le sirve para tomar un descanso tras el trajín de los recorridos durante horas y horas. La ciudad, hecha para caminar, se abre en las calles estrechas a peatones, coches y motos, y se estacionan en cualquier espacio libre, incluso junto a la mesa en donde se está comiendo.

Sin Vaticano, Roma se iría a la ruina,  una sustacial parte de su ingreso. Los romanos viven a su costa y así se permiten algunos el lujo de no creer, rodeados de santos como están. La historia de la cristiandad se esconde en las calles y en los templos. Pequeñas lápidas le recuerdan al visitante los sucesos vividos por ciudadanos insignes y corrientes en cada siglo.

Debajo de la Basílica de san Pedro, se descubrió por fin lo creído desde siempre: que en sus cimientos se halla el sarcófago con los restos del primer papa del cristianismo. 

Mientras se desciende al lugar por un estrecho camino durante la visita guiada de apenas dos decenas de personas, se pueden apreciar los restos de lo que fue un cementerio 
romano de los primeros años del siglo primero. En una de las lápidas se lee algo así: "Aquí yace Cayo, que vivió siempre alegre y fue amigo de sus amigos". Por los signos en un ángulo de la inscripción se sabe que fue uno de los primeros cristianos de esa ciudad romana.

Este corto mensaje nos cuenta cómo calaba el mensaje cristiano en sus comienzos, y se relaciona con le observación de Tertuliano en el siglo II: "Mirad cómo se quieren", y se refería a esos primeros cristianos que expandieron la fe por todo el mundo conocido, sin más recursos que el ejemplo de su vida.

Y con el Movimiento 5 Estrellas, acaban de aupar el día 19 de junio a dos mujeres jóvenes a las alcaldías de Roma y Turín: Virginia Raggi y Chiara Appendini. El argumento de este Movimiento, independiente de otras formaciones políticas, es bien simple: si el problema de nuestras ciudades es la corrupción, prometemos honradez y ciudades aseadas y limpias. Y la gente votó por ellas.

Quizá el atractivo de Roma radica precisamente en el contraste de cada aspecto de su vida social, económica y política. Para vivir la democracia, algo tan nuevo y tan viejo, cambian de gobierno tantas veces como haga falta, tantas como años van desde finales de la II Gran Guerra hasta nuestros días. Ahora, las mujeres con fama de mandonas en sus casas, van a ejercer su mando también desde la sede de los gobiernos locales más conspicuos. 

La pasta llena todos los menús del día, pero la gente no se pasa de peso, quizá por lo mucho que se camina en la ciudad. 

Al Papa se le puede ver los domingos a las 12 del mediodía, al rezo del Ángelus desde la ventana de los aposentos papales. Los miércoles, más cerca, en la alocución semanal sobre un tema de actualidad, en la misma Plaza de san Pedro. 

La Puerta Santa se cruzaba por miles de peregrinos, cada hora de cada día, para celebrar el Jubileo en este Año de la Esperanza por la que se promete la remisión total de las penas temporales debidas gracias a la indulgencia concedida para tal fin. Si bien se puede ganar el Jubileo en las iglesias asignadas por a jerarquía en cada ciudad, en Roma se pueden contar por miles las personas que tratan de alcanzar esta gracia tan señalada.

En uno de los barrios de la Ciudad, en la calle Bruno Buozzi, se halla la sede del Opus Dei, donde se guardan en una urna repujada en plata bajo el altar, los restos de san Josemaría Escrivá, su fundador, cuya fiesta la Iglesia celebra mañana. Contrasta el silencio de este lugar con el de la algarabía de los lugares más conocidos de Roma. Y este es uno de los lugares en donde también se puede rezar en paz.


En fin, creo que Roma siempre vale la pena.










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