Baja natalidad y calentamiento global: sin vida no hay vida







Yo digo que nos están distrayendo con el calentamiento global. Con gran alharaca, las grandes potencias tratan  de ponerse de acuerdo sobre este particular, y, pasa desapercibido, en silencio casi, el acuciante problema de su baja natalidad,  para pasar después con financiamiento y campañas bien orquestadas a restringir la vida en naciones menos pudientes. Paradoja del llamado desarrollo.

La ONU y su comparsa de titiriteros nos distraen. Además le van a dar ahora el premio Princesa de Asturias por haber conseguido en la última reunión sobre el tema del "calentamiento" un cierto esbozo de acuerdo entre los grandes emisores de partículas contaminantes, Estados Unidos y China, para reducir las emisiones. 

Ahora bien, ¿para qué queremos oxígeno si nadie hay que lo respire? La vida se apaga, pero no tanto por falta de aire limpio como por la ausencia de niños. Esto es precisamente lo que ocurre cuando el número de defunciones supera al de nacimientos. 

Este sería el caso paradigmático de España. Desde 2011, España tiene ganas de disfrutar,  pero no de vivir. Con este fin, según se palpa ya, para vivir mejor se debe frenar la ya de por sí raquítica natalidad. Por ejemplo, mientras en 2014 se registraron 383.742 defunciones, los nacimientos se redujeron a 350.555, es decir, había un faltante de 33.187 personas ese año: la  muerte gana a la vida.

Esta pauta resulta mortal. El número de pensionados, una tercera parte de la población, no podrían recibir la ayuda estipulada porque no alcanzan las contribuciones que para ese fin se deducen del salario de los trabajadores debido a la menguante fuerza laboral. Entonces, el Estado debe intervenir para paliar el déficit del fondo de pensiones.

De la misma manera, se reduce el consumo, y las empresas deben encontrar otros caminos  mediante la exportación de lo no consumido en casa. Pero, esto no siempre resulta posible, debido también a la baja natalidad de los países europeos. 

La media europea de natalidad o el índice de fecundidad se sitúa en 1.56 hijos por matrimonio, aunque el reemplazo requiere de 2.1 hijos por familia. Si miramos a España el panorama languidece más: la media de hijos por familia no llega al 1.4, y en varias regiones españolas ronda solamente alrededor de 1.0. 

La gente busca la felicidad fuera del contexto de una familia con hijos. El Estado, en general, no ayuda lo suficiente para que las familias se sientan acompañadas en ese proceso de conseguir una vivienda adecuada y en la educación de la prole. Al final, ese abstenerse del Estado en las ayudas a las verdaderas familias (no a los okupas de edificios, generalmente libres de obligaciones familiares), acaba por involucrarlo "a la fuerza", para tratar de subsanar, pero mucho más caro, las deficiencias creadas por la falta de familias.

El Nobel de Economía de 1992, Gary Becker, se hizo merecedor de este premio, al demostrar que la unidad de inversión más productiva en la sociedad era, asómbrense, la familia. Pero los gobiernos locales y nacionales prefieren gastar alimentando a los miles de jóvenes con fiestas  animadas por conjuntos de rock y "botellones" de varios días de duración, que con inversiones serias al verdadero sustento de la sociedad, como son las familias.

El hueco demográfico es tan considerable que resulta atractivo para los inmigrantes, venidos de todas las regiones del planeta para habitar en esas tierras con ventajas inusitadas en sus países de origen. Son tantos los atraídos por estas ventajas comparativas que los habitantes de los países de Europa y de Estados Unidos, temen abrir sus puertas para evitar la invasión de tanto extranjero sin oficio ni beneficio. Este es el temor de quienes hoy votan por el Brexit. No queremos más gente extraña en nuestras tierras, pues acabarán con nuestros recursos.

El problema de la inmigración es el de toda invasión sucedida en la historia. La falta de ciudadanos aptos para defender un país en todos los terrenos y esferas de la vida, acaba sucumbiendo ante la avalancha de quienes nada tienen que perder (tal vez, la vida) en su marcha a la "tierra prometida".

Se sigue educando hoy para el placer, para la buena vida, no para la vida buena. La gente joven y los mayores, sólo quieren diversión. Llegan a decir que tienen derecho a salir de vacaciones, algo que sus padres y abuelos jamás tuvieron, y, mucho menos, soñaron como un derecho, como señalan ahora los partidos populistas

Derecho a disfrutar, sí, pero sin los inconvenientes de formar una familia abierta a la vida. Y, por favor, supriman de una vez la contaminación, ustedes, porque nos molesta mucho en nuestros días de playa.

A modo de anécdota, algunas  chicas jóvenes prefieren viajar hoy en avión con un perro diminuto en su bolsa de mano que con un niño.







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