"Ciudadanización" de la política


Los patos le tiran a las escopetas.



Acaban de celebrarse votaciones en España. Por segunda vez en seis meses. Los augurios de las encuestas presentaban panoramas hostiles, alejados de la realidad. De entre los pocos datos disponibles todavía, destaca el de la verborrea insufrible de las televisoras. Un hecho heroico:  los españoles acudieron a votar, cuando ya se acababa el día, tanto como en el mes de diciembre: alrededor del 70%.

La gente se va hastiando, sin embargo, de realizar el trabajo no hecho por los políticos, que no acaban de dar resultados. Los ciudadanos deben acudir, cada vez con más frecuencia, a las urnas, para pronunciarse sobre asuntos que son de la competencia de los políticos.

Cameron, en Gran Bretaña, ha sufrido las consecuencias del referendo del día 23 pasado, sobre la salida o no de Europa. Nadie le había pedido tal cosa. Los políticos deben tomar decisiones y pechar con las consecuencias, en vez de preguntar al ciudadano una y otra vez qué piensa de tal o cual cosa.

El problema de las consultas, además del gasto y de la inacción creada en su entorno, es que el ciudadano va perdiendo su identidad como tal o como padre de familia.  Me explico. 

En los casos recientes de España y Reino Unido, países con arraigadas tradiciones, y no por ello cerrados al cambio, saben bien qué significa ser ciudadano de estos lugares repujados por la costumbre (En el caso de Gran Bretaña no tienen, ¡todavía!, Constitución escrita). Se debe velar por tomar decisiones de acuerdo con esas costumbres y saber enseñarlas, poco a poco, en los procesos educativos.

Consecuentemente, de acuerdo con los resultados esperados de los políticos se deposita el voto cada cierto tiempo. Pero las decisiones políticas ordinarias y extraordinarias deben discurrir por los cauces establecidos en la política: en el Parlamento y la discusión pública. De la misma manera, pero a la inversa, se están dando  procesos donde el Estado va absorbiendo lo correspondiente a  los padres, por ejemplo,  en lo referente a la educación de los hijos.

El Estado se siente tan seguro de estos "despojos" a la ciudadanía, que ahora  intenta, incluso, con toda desfachatez, definir qué es familia.  Por una lado, el Estado deja de hacer lo que debe, y, por otro, insiste en apropiarse de roles y tareas que no le competen.

El Estado debe mirar  qué apoyos son necesarios a la educación y  la familia, porque son instituciones básicas  de las que dependen el bienestar de las personas y de la sociedad. Si se tienen dudas acerca de estas instituciones milenarias (todo puede ser), entonces sí debería consultar a los expertos para no acabar legislando sobre temas que no son de su competencia, sobre todo si  se quieren  apartar de la costumbre o de la tradición, en vez de seguir los dictados de unos cuantos, siempre pocos, que intentar subvertir la cultura y la tradición de un pueblo.

Asimismo, deliberar sobre el curso a seguir en la procuración del bien común es parte del proceso político, pero se tuerce cuando se pretende involucrar al ciudadano, más de lo necesario, en ese proceso de asesoramiento en vez de que los políticos consulten con los expertos los caminos posibles con el fin de elegir el adecuado.

La "ciudadanización" de la política es un mal, que deja al descubierto la incompetencia o desentendimiento de los políticos de los procesos debidos; asimismo,  la "desciudadanización" conduce a alejar de lo propio al ciudadano.



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