En el infierno no hay ateos



Los videntes de Fátima (1917), Lucía, Francisco y Jacinta, a quienes la Virgen María les mostró el infierno en su segunda aparición, eran todavía unos niños. Esta visión les sirvió para consolidarse y rezar por amor a las almas y el cielo.





En el infierno no hay ateos

Después de afirmar que Dios existe, la siguiente aseveración cierta es que en el infierno no hay ateos. A quienes se paseen por esos lares, desde luego, no les cabe la menor duda, aunque en esta vida les haya podido parecer "desproporcionado".

Diletante, así se le llama a quien se ocupa de un campo del saber, como "aficionado". En estos tiempos de "relativismo", donde casi todo (por no decir todo) da igual o importa más o menos, se escucha con frecuencia, con cierto aire de triunfo, "Mira, yo soy ateo". Los más sofisticados afirman ser agnósticos.

Suena como la afirmación de un valiente: por fin se anima a contar en público su convencimiento interior, decantado en las aguas encrespadas de la opinión pública. Ya no le queda duda. Ha desertado de las filas cartesianas, donde la duda es el caldo de cultivo del pensador.

Hay asuntos con los que no vale la pena jugar, es decir, no podemos dejarlos a las ondulaciones del relativismo. No puede ser verdadero el responder sí o no a la misma pregunta. Porque la existencia en ese estado después de la muerte, implica la eternidad, no es para un rato más o menos largo.

Por tanto, si nada hay después de la muerte, y da lo mismo que en esta vida se haya portado uno como un Nerón o como una hermana de la caridad, el sistema "racional" del hombre comenzaría a chirriar hasta la médula.

Animarse por el camino de la verdad. Al fin y al cabo, se vive más tranquilo y nada se pierde por ello en caso de que fuera falso. Ahora bien, si no lo es, a nadie le arriendo las ganancias.

Aún hay tiempo.

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