Una cosa es "cuidar los detalles"; otra, ser "puntillosos"



Parque nacional del Monasterio de Piedra, Zaragoza, España.




Ahora, con esta visita de la ´pandemia´, ha obligado  a muchos a mirar hacia dentro de sí mismos, de la familia, de las cosas de la casa, antes prácticamente invisibles debido al acostumbramiento y al estar esclavizado por el trabajo diario.

Y claro, este estar confinado ha sacado al aire lo mejor de cada uno. Quienes viven solos, han descubierto su riqueza (o pobreza) interior; quienes viven en familia, han visto cantidad de matices en la personalidad y costumbres de la esposa, de los hijos, y también de los abuelos. 

Cuando el amor reina en la familia, la convivencia se salpica de "detalles", muy pequeños, realizados como quien no hace nada, pero que son como "pepitas de oro" en las relaciones cotidianas, extraídas de la mina interior de cada persona. Sin embargo, si el cariño no se cuela por las rendijas de la convivencia, aparece el tsunami del mal gusto, de lo vulgar, inundando los intercambios de gestos y de palabras inconvenientes, fáciles de producir cuando se  "odia".

Sin llegar a las vulgaridades, está también la figura del maniático, del "puntilloso", a quien no le importan tanto las "cosas pequeñas", sino aprovechar el menor descuido de alguien para ponerlo de vuelta y media, hiriendo cuanto se puede a quien se despista. Mientras el amor pasa por alto o corrige con cariño, aunque haya firmeza al centrar la corrección en el acto realizado y respeto absoluto para la persona, el odio y la indiferencia hacia el "otro" rompen con el mal gusto la llamada de atención o, por desidia, dejan correr lo que debería ser corregido siempre porque afea el resultado final o la convivencia misma.

Hay una mujer, de finales del siglo XIX, a quien podríamos considerar como la inventora de las cosas pequeñas. Se trata de  Marie Françoise-Thérèse Martin. En tan sólo 8 años hizo un doctorado, de manera autodidacta, comenzado a los 15 años. Después, sin haber salido jamás de la Normandía, llegó a ser patrona de las Misiones. Y debido a su debilidad, optó por un caminito de las "cosas pequeñas". En fin, en 1897, a los 24 años llegó a la santidad cuidando las pequeñas cosas de cada día. Se trata, como ya habrán adivinado, de santa Teresita de Lisieux.

Esta es una gran noticia, porque nos muestra cómo todos podemos llegar a la santidad, no haciendo grandes cosas sino haciendo bien, es decir, con amor lo que hay que hacer, tan sólo unos pocos años. No hace falta estar recluido en un monasterio, sino como Jesús y María, su madre, y José, su padre, en las exigencias de las labores diarias.

Así es. Cuando falta el cariño, lo pequeño se convierte en puntilloso.

Lo demás, es lo de menos. 



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