La necesidad del "misterio"

El misterio conecta el mundo real de lo asequible con el más allá. Podríamos decir que el misterio consiste en la miopía humana cuando contempla el plan de Dios. Todo sin salir de la realidad. Es paladear lo inalcanzable; es respirar los olores de una sabrosa comida todavía escondida a los ojos; es una puesta de sol espléndida, augurio de un amanecer supremo; es el mar sin orillas; es tener aquí y ahora una forma inexplicable, la que ni el ojo vio, ni la palabra por tanto puede decir.

Es como la vida. No se sabe cuándo comienza ni su término. Las "Idas y venidas", pintura de Paul Gauguin, ¿no son acaso movimientos del querer divino? Sin saber cómo estamos aquí, ahora; con una llamada a concretar, con una esposa a la que amar, con unos hijos a quienes encaminar a su fin.

La pérdida del misterio va unida a la pérdida de la fe. Mientras uno cree que todavía es el artífice de una parcela de su vida, pequeña o grande, no está en condiciones de aceptar el designio amoroso (aunque a veces duela) del plan divino.

Dejarse llevar "activamente", es la parte a realizar por cada quien. Hasta no vislumbrar este quehacer divino en el alma, no entenderemos en qué consiste la libertad de ir queriendo lo querido por el director de nuestra alma: el Espíritu Santo. Esto es así tanto para el creyente como para quien no lo es. Al final se cumple el plan divino, sin haber disminuido siquiera un ápice nuestra libertad. Aquí es donde se encuentra la presencia del misterio.

La postura inteligente entonces consiste en tomar posesión de las riendas de nuestra vida, nobleza y  potencia, "dejando hacer" al auriga. 

Llamar a cualquier cosa misterio, es el camino seguido por  los funcionarios para clamar luego que ya lo tienen resuelto. Aunque las observaciones de estos sabios nos digan que el 23% del universo es materia oscura, y el 72% se compone de energía oscura. Es decir, sólo sabemos algo del 5% del universo.

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