La grandeza del hombre ordinario

El camino de lo ordinario se une a la fronda del bosque







La noción de "hombre ordinario" es, quizá, una de las expresiones más desterradas del  léxico del hombre moderno, siempre hambriento de sobresalir y de grandeza. El hombre, entonces, en ese aspirar a "ser como dioses", pasa por alto la sencillez de su venida al mundo, dejado en su desnudez, a partir del barro, en la tierra donde va a crecer y multiplicarse.

Por esa razón, el "hombre" perfecto, llegada la plenitud de los tiempos, enseña el camino de la "plenitud" del primer hombre creado: va a nacer en  la oscuridad de una cueva, de noche, sin más abrigo que el cariño de sus padres, María y José, y la visita de unos pastores cuya tarea, a falta de un lugar donde guardar el ganado durante la noche velan, al raso, la integridad del rebaño. Sólo a ellos  se les revela la grandeza del momento histórico donde el Salvador del mundo, se abaja, y revestido de humanidad, viene a convivir con sus creaturas.

Hombre ordinario. Así lo vemos cada año en la celebración de la Navidad. Su pariente Juan lo había entendido y practicado en su vida. Alejado de palacios y honores, vaga por los desiertos y, desde  ahí, atrae al poderoso y a quien todo lo necesita. También los "reyes", seguidores de la estrella hasta Belén, después de adorar al verdadero "rey", se vuelven a su lugar "por otro camino".

A ese "hombre ordinario" se le alaba con fuerza hoy, en la fiesta de san Buenaventura, (siglo XIII) si nos asomamos a los escritos de este "doctor" de la Iglesia. Así nos enseña: "La perfección del cristiano consiste en hacer perfectamente las cosas ordinarias. La fidelidad en las cosas pequeñas es una virtud heroica". La grandeza de lo pequeño. San Francisco de Sales, nos hablará en el siglo XVI de la "fidelidad en lo pequeño" .

Los grandes santos han sabido encontrar el camino de los cuidados de lo pequeño para conseguir llegar muy alto. Volveremos a encontrar esta misma idea en santa Teresita de Lisieux, a finales del siglo XIX. Pocos años más tarde, san Josemaría Escrivá enseñaría a hacer "versos endecasílabos" a partir de la prosa de cada día, un camino de santidad abierto a todos los hombres. O ese "hacer las cosas pequeñas con gran amor", que proponía santa Teresa de Calcuta.

Esto es una gran noticia, de la que deberíamos pasar nota a los demás, a los más cercanos. En ello nos va la felicidad aquí, y su continuación más allá, especialmente si nos sentimos incapaces de todo..








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